XVIII - Dante y Caronte

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La noche comenzaba a caer sobre la insalubre pizzería, tiñendo las calles del barrio de sombras y misterios. Hace horas que no se aparecía nadie por ahí, aunque durante el día el establecimiento se encontraba abarrotado de comensales. Hombres y mujeres, padres de familia que acudían junto a sus hijos, se daban cita a diario para degustar de un manjar urbano sin tener la menor idea de las atrocidades que podían resguardar aquellos muros de concreto.


Jhon, un hombre marcado por el pasado y consumido hasta la médula por la violencia de su misión, observaba el edificio desde el interior de su viejo sedán. El motor seguía encendido, exhalando un constante ronroneo que mantenía el ambiente en un tenor tenso y cargado.


La pizzería era solo uno de los tantos lugares donde se gestaban las atrocidades más inhumanas concebidas por cualquiera, donde los inocentes se convertían en víctimas y los monstruos en verdugos crueles de una escenificación de la maldad más absoluta. Jhon lo sabía muy bien. Conocía de sobra aquella organización clandestina que operaba siempre a una hora antes del cierre y hasta entrada la madrugada. Un grupo siniestro que se dedicaba al secuestro y tráfico de niños, que alimentaba las pesadillas más enhiestas de la ciudad.


El hombre, con la mirada fija en el edificio, se preguntaba una y otra vez cómo podría detener a esos malnacidos sin rostro y sin nombre. Cada vez que se encargaba de uno, otro aparecía en escena, como un cuento de nunca acabar. No obstante, sabía que un enfrentamiento directo podría considerarse un suicidio. Se trataba de una red poderosa y sin escrúpulos, cuyos componentes más importantes encontraban sus posiciones dentro de una enorme élite corrupta, entre políticos y empresarios. Juntos, habían logrado tejer una fuerte red de impunidad a su alrededor.

Por esa razón necesitaba toda la ayuda posible que la rabia de la sociedad pudiera ofrecerle. Era consciente de que no podría enfrentarlos solo, no de la manera convencional y, ciertamente, pese a que sus últimas acciones habían sido efectivas, no bastaban para acabar con aquellas alimañas que parecían reproducirse a una velocidad exorbitante. Eran como una plaga asquerosa que devora todo a su paso, dejando podredumbre e infección. Una plaga que tenía que ser exterminada así fuera lo último que hiciera.

Jhon había decidido descender a lo más profundo de su propia oscuridad con tal de enfrentar a esos demonios; esos depredadores sociales.

La venganza y el sentido de la justicia se entrelazaron en su mente, alimentando su determinación. Sabía que arriesgaba todo en aquella salvaje empresa, desde su vida, hasta su propia cordura, pero ya no importaba. Había traspasado los límites entre lo humano y lo monstruoso en su interminable búsqueda por la redención, y no iba a fallar ahora, cuando veía encendidas las alarmas de todos sus enemigos.


El móvil en el asiento del copiloto lo sacó de sus pensamientos de modo abrupto. Jhon se apresuró a contestarlo al tiempo que devolvía las gafas plateadas a su posición. No respondió, pero la voz detrás de la línea ni siquiera esperó de él un saludo o una cortesía, por el contrario, aquella limitada comunicación era mucho más práctica y acertada, se limitaban a tocar lo necesario, lo que requería atención.

—Brooklyn, Avenida Livonia 122. En el parque Betsy Head a las 12:00 en punto. No llegues tarde.

El hombre dejó caer el celular nuevamente en su asiento, sin tener siquiera la necesidad de colgar la llamada; su interlocutor ya lo había hecho por él.

Puso en marcha el vehículo sin dejar de observar aquella vieja pizzería, recordando todos los pormenores de aquel espantoso lugar. Los horrores que se habían perpetrado, los susurros de los niños que habían desaparecido sin dejar rastro.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now