XXXVII - Pactos

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Disturbios en el centro de la ciudad.

Comunidades enteras, pandillas enemigas, razas que durante años estuvieron en conflicto mutuo, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Cuando se trata de proteger las infancias no hay emblema, nacionalidad o grupo de pertenencia que pueda separar a la humanidad.

Cada uno, entre pancartas, gritos y una furia profunda, encontró el camino hacia el Departamento de Policía de la ciudad, enfundados todos con una indignación que no serían capaces de controlar por más tiempo.


El blog de Jason había cumplido con el cometido y ahora todos conocían el rostro de su enemigo.

La muchedumbre se congregó frente al imponente edificio marrón que exponía docenas de ventanas de un extremo al otro.

En la entrada, no obstante, una fila de policías se apostó impertérrita con la mirada al frente y dispuestos todos a hacer cualquier cosa por contener a la masa de personas que no tardaron en llenar las calles delanteras, entre gritos de amenaza y exigencias de justicia.


Coppola no se levantó de la silla, pero las descripciones de Jaquie sobre lo que sucedía afuera, en el edificio contiguo, le daban un panorama más que conciso del escenario.

No le quedaba duda alguna de que ese era justamente el resultado que el asesino de monstruos estaba buscando con el blog, lo había tenido muy claro desde que leyó la nota dejada en la primera de sus víctimas.

Ese hombre había estado siguiendo un guion bastante bien elaborado.

De súbito, la puerta de la oficina se abrió de par en par con un golpe certero y un Julian con la mirada inyectada de odio se acercó al escritorio principal donde Coppola lo observó, sentado, intentando contener su sorpresa.


El comisionado lanzó una hoja al escritorio con evidente repulsa.

—¡Mira esto! —exclamó.

Coppola lo cogió apenas con un par de dedos; una costumbre que había adquirido durante sus años de perito forense.

—Es una carta. ¡Una carta, Sam! ¿Y sabes de quién? —el detective no respondió—. ¡¿Sabes de quién?!

Echó un leve vistazo a la letra, la reconocía por completo.

—El asesino de monstruos —suspiró.

—¡El asesino de monstruos! ¿Y sabes en dónde estaba esta maldita carta? ¡En mi oficina! ¡Justo en mi escritorio! —colocó las palmas sobre la mesa, reclinándose para colocarse a la altura de Coppola y lo observó con aire amenazante—. ¿Quieres explicarme cómo es que tu asesino logró llegar hasta mi oficina como si nada? Y no conforme con eso, ¡una maldita turba!

—Lo lamento, comisionado, pero no entiendo por qué yo soy responsable de las acciones de ese enfermo.

—Eres responsable, Coppola. De hecho, yo te responsabilizo por todo lo que ha estado haciendo ese malnacido hijo de puta. Si hubieras hecho tu trabajo como era debido, ese enfermo estaría ahora mismo recibiendo una inyección letal ¡y no paseándose por mi maldita oficina!


Julian perdía cada vez más los estribos, levantando la voz de súbito, gritando embravecido. Sus gritos se mezclaban con el clamor de los cientos de personas que en esos momentos inundaba las calles principales exigiendo la cabeza del comisionado.

El hombre se aproximó a la ventana en la que Jaquie había estado recargada poco antes de su entrada a la oficina, y observó a la muchedumbre a sus pies. Sus ojos centelleaban con una arrogancia y una furia desmedidas.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora