III - Un reportero adicto (1era parte)

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Los dedos de Jason bailaban de un lado a otro sobre el teclado con tal velocidad que parecía un pianista interpretando una fina melodía de Chopin

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Los dedos de Jason bailaban de un lado a otro sobre el teclado con tal velocidad que parecía un pianista interpretando una fina melodía de Chopin. Con los audífonos que lo separaban del mundo real, lo único que tenía sentido para él en esos momentos era el brillo de la pantalla en la penumbra, el eco de la voz de Chris Cornell al finalizar una canción más y las palabras que aparecían vertiginosas sobre el documento virtual.

Las madrugadas no podían ser más deliciosas y excitantes de lo que habían sido en esos últimos meses, cuando el asesino de pedófilos hizo su primera aparición en Nueva York. La última obra del asesino había sido ejecutada recién un par de días atrás. La víctima se llamaba Richard McCain; un hombre de clase media baja de 42 años. El asesino lo había dejado encerrado en un ataúd. El cuerpo presentaba graves signos de tortura, pero los forenses determinaron que las heridas provocadas en él no eran lo suficientemente fatales como para matarlo en poco tiempo, por el contrario, el asesino se había esmerado en hacerlo sufrir al máximo, retrasando su muerte.

Después de casi ocho meses de la primera aparición del asesino de pedófilos, la policía había encontrado ya nueve muertos; una mujer entre ellos. Todos presentaban los mismos signos de tortura y habían sido encerrados en ataúdes dentro de bodegas y edificios abandonados. Cuando la policía llegaba a ellos ya no había nada que hacer.

Sobre los ataúdes se encontraba siempre una nota, de las cuales la prensa solo había podido obtener la primera. Después de revelarse el contenido de esta, los oficiales decidieron que no podían permitir que la información de las demás fuese revelada. Jason entonces se colocó la meta de obtener las otras ocho antes de que el asesino atacase de nuevo, pero después de varios días de intentos incansables, la tarea se había tornado titánica y, no obstante, el reportero se entusiasmaba de sobremanera con el jugo que se podía extraer de aquella noticia.

La muchedumbre no había estado tan inmersa en un caso criminal desde aquella mujer caníbal proveniente del pequeño condado de Oyster Bay. Jason recordaba que durante el juicio, el pueblo estadounidense no hablaba de otra cosa. En el subterráneo, las avenidas, los restaurantes y hasta en las iglesias, por cualquier lugar que transitara escuchaba alguna alusión a la gorda caníbal, incluso él mismo había redactado un par de artículos con información de la desagradable asesina.

No obstante, una vez que el juez determinó que Holly fuese encerrada en el hospital psiquiátrico del condado, tanto la prensa como la audiencia misma perdieron todo el interés en el caso y los medios de comunicación de Nueva York no volvieron a mencionarla.

Jason no sabía qué había sucedido con la caníbal de Oyster, como era conocida en la ciudad, y no le interesaba. Oyster Bay era un condado demasiado pequeño e irrelevante como para prestarle más atención de la merecida.

Sin embargo, este nuevo caso valía cada esfuerzo, cada noche de desvelo, cada bola que tuviese que lamer y cada dólar que tenía en su cuenta bancaria. Esta historia valía oro.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora