II - Más allá de lo aparente

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La mirada de Sam Coppola no se había desviado en los más de veinte minutos que llevaba parado ahí, observando el cuerpo de la última víctima.

El hombre, de aproximadamente cuarenta años, apenas si era reconocible. Se habían encargado de amoratar cada recóndito espacio del cuerpo que carecía de cabello, globos oculares, lengua y, por supuesto, miembro viril. A Sam ya no le impresionaba el estado en el que se encontraba. Quizás se había sorprendido con el primero, pero después de ocho muertos la imagen terminó por perder su impacto inicial.

—Cuatro, cinco, seis—murmuró el detective, al tiempo que sacaba una pequeña botella de gel antibacterial, esparciendo el producto sobre sus manos con meticulosidad—. ¿Tiene la lengua intacta?

—No, la cercenaron —respondió el forense.

—Y siete —dijo en voz baja—. Que el informe llegue lo antes posible.

—No se preocupe, detective. Yo mismo realizaré la autopsia, así que los primeros informes los tendrá a más tardar en dos días.

Sam asintió con su acostumbrada mueca de hastío y salió del lugar a paso apresurado. Odiaba tener que pisar la morgue, pero era una costumbre que se había hecho desde sus primeros años de investigación. Sentía que era imprescindible observar el cadáver en cuanto era puesto a disposición de las ciencias forenses y después de observarlo en la escena del crimen; él sentía que se revelaban nuevos indicios una vez que lo tenía acostado en la plancha y que estos se desvanecían cuando el bisturí efectuaba el primer corte. Era entonces cuando el trabajo del asesino quedaba menguado.

Después de su visita al cuerpo de Richard McCain, volvió a la oficina en la que su equipo trabajaba sin descanso. Se trataban de un hombre y dos mujeres de mediana edad; Alan Jhonson, Jaqui Petrova y Rowen Ortiz. Esos tres serían capaces de lamer el suelo que el gran Coppola pisaba y habían tenido que hacer muchos méritos para lograr convertirse en miembros de su equipo personal.

El detective atravesó la amplia oficina cuyo único mobiliario era una mesa rectangular y larga al centro de esta. Tres paredes se encontraban tapizadas de información, mientras que la cuarta permitía que la luz del exterior penetrara con intensidad gracias a las vidrieras de piso a techo.

—Jackie, ¿tienes los registros telefónicos? —preguntó Sam por todo saludo.

La mujer dio un respingo disimulado y se apresuró a coger el folder que tenía a su lado, junto a la laptop en la que segundos antes había estado trabajando.

—De acuerdo con la compañía telefónica, todas las llamadas que salieron del móvil de Richard McCain tienen el mismo destinatario: su esposa Claire McCain. El hombre no hablaba con nadie más. La noche en que desapareció recibió la llamada de su esposa, quien lo confirmó; al parecer iba a llegar tarde esa noche y no podría cuidar a sus hijas, habían quedado de acuerdo en que él se encargaría de ellas hasta la madrugada. También hay una llamada a una pizzería cercana al hogar familiar, aunque los empleados no recuerdan haber recibido una orden a nombre de Richard, ni siquiera tienen el registro de esa llamada en su bitácora del día.

—¿Y? —cuestionó Sam con una mirada inquisitiva.

Los demás miembros del grupo cruzaron breves miradas.

—Y, eso es todo —respondió ella, nerviosa.

—¿Y qué deduces de ello? ¿Cuáles son tus inferencias de lo que investigaste? Supongo que ya tienes una buena teoría sobre lo que ocurrió.

—Bueno pues, ¿tal vez Richard se equivocó al marcar el número y cuando notó el error colgó?

—¿Me lo preguntas? —inquirió este sin siquiera mirarla. Sacó un pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiar su área de trabajo, desde la mesa hasta la silla en la que terminó por sentarse, esperando la respuesta de su aprendiz quien simplemente no supo qué más podría decir—. Eres tú quien tiene los registros, ¿no es así? —la mujer asintió—. Entonces, ¿confirmaste el tiempo que tardó en ambas llamadas? ¿Puedes comprobar tu teoría?

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now