XLV - Exposición

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Nona observaba a todos, sentada a medias en el respaldo del sofá con los brazos en jarras. Harta de tener en su hogar a semejantes visitas tan desagradables para ella.

—¿Cómo pudiste hacernos esto? —cuestionó Samuel con los ojos afligidos.

Cat se acomodó junto a Hagler y lo tomó de las manos, mostrando su apoyo abiertamente. Barker, por su parte, se mantuvo de pie al otro extremo al tiempo que cogía un cigarrillo con los labios.

—¡Ni se te ocurra! —espetó Nona—. No quiero que mi departamento apeste a cigarro.

El detective le dirigió una mirada mezcla confusión e indignación. Le parecía estúpido que se preocupara por algo tan irrelevante como su departamento, aunque aquella simple frase le revelaba mucho de la personalidad materialista y superficial de la castaña.

—Estoy bien —aclaró Brent—. No se preocupen más por mí, todo está bien.

—¿Crees que es así de simple, Brent? ¿Sabes cuánto tiempo me culpé a mí mismo por la forma en la que te dejé esa noche?

—Sí, lo hiciste, me abandonaste. Dejaste que todos creyeran que estaba loco y pasé doce meses de mi vida en una institución para enfermos mentales por eso. —Samuel se quedó mudo ante sus palabras. No quería reconocerlo, pero había dado en el blanco y ahora se sentía profundamente herido. No obstante, Hagler colocó una mano sobre su hombro—. Pero ya estamos a mano, ¿verdad? No quisiste dejarme ahí, me liberaste. Y siempre estaré agradecido contigo por eso.

Barker lanzó un bufido de fastidio.

—Y contigo también —prosiguió Brent, provocando que el detective se cruzara de brazos y desviara la mirada.

—¿Eso qué quiere decir? —cuestionó Samuel—. ¿Nos estás abandonando?

Hagler no respondió, pero su mirada lo decía todo.

—¿Y nuestro viaje? —intervino Cat, entristecida.

—No podré acompañarlos.


La joven bajó la mirada. Había deseado poder conversar más con él y, ahora que todos sabían la verdad, deseaba poder hacerlo sin tener que ocultarse.

En las últimas semanas se habían dedicado a jugar ajedrez, a comunicarse en silencio y, cuando podían, a entablar largas y cálidas conversaciones. En él, Caytlin había encontrado al padre que, a pesar de tenerlo, siempre estuvo ausente. Ese hombre que despertaba en ella un afecto filial sumamente intenso y desinteresado. Había llegado a tomarle demasiado cariño y ahora lo perdía también.

Sabía de sobra que esa mujer no lo soltaría jamás.


Echó una breve mirada a la castaña, quien la estaba observando desde arriba, con aquellos ojos caramelizados por el rencor que fácilmente podía brotar en ella.

—Lo siento, linda. Él se queda conmigo —sonrió, demostrando que no temía hablar.

Samuel se puso de pie al escuchar la odiosa voz de Nona, sin poder creer que alguna vez había estado interesado en una mujer tan frívola como aquella. Quizás, en sus tiempos como necrófilo, alcohólico y pervertido, le habría fascinado, pero ahora solo le provocaba molestia.

—Vámonos —sentenció, lanzando una fiera mirada a la abogada, quien amplificó su sonrisa—. Partimos a la una de la tarde, Brent. Ya tenemos tu boleto. Si quieres ir con nosotros, te aceptaremos. Y si no, entonces... espero que volvamos a vernos.

Brent asintió, abrumado por la intensidad de los ojos de Samuel, pero este no mantuvo su mirada, por el contrario, dio media vuelta y, acomodándose la gabardina, se dirigió a la puerta, abriéndola con enojo. Barker lo siguió, no sin antes asentir al detective con una cordialidad inusitada en él.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now