XI - Nueva misión

445 69 23
                                    

Jason bajó por el subterráneo, abrazándose para deshacerse del frío, pero también para controlar la emoción que lo estaba llevando a un punto álgido y que apenas si había podido modular desde la tarde anterior, al leer el contenido de aquella misteriosa carta.

El asesino de monstruos había terminado con una fecha, hora y ubicación exacta. El periodista se dio cuenta de que lo citaba para dentro de cinco días y no cabía en sí de la emoción. Sabía que por fin conocería a ese justiciero social, ese hombre o mujer que había tenido la suficiente valentía para eliminar a una plaga tan odiada como la pedofilia.

Al llegar al punto convenido, se detuvo en seco y dejó escapar un suspiro largo y pausado mientras observaba todo a su alrededor. El asesino podría ser aquel hombre regordete con aspecto cansado, ese joven de actitud desgarbada y fibrosa musculatura o incluso esa mujer de negocios que se detuvo a su lado para verificar algo en su teléfono móvil. Sin embargo, fue un pequeño grupo de niños quienes se aproximaron a él. La líder era una jovencita afrodescendiente no mayor a doce años, de cabello negro, rizado y resplandeciente quien, con una seguridad apabullante, le entregó un sobre cerrado.

—El hombre de allá nos dijo que te diéramos esto —le informó al tiempo que señalaba un lugar al otro lado del metro. En la línea contraria a esa.

—¿Cuál hombre? —cuestionó Jason con emoción.

La joven se dio la vuelta, pero no encontró al tipo que minutos atrás les había hecho entrega de la carta.

—Se ha ido —respondió abrumada.

A su alrededor, el grupo de cinco jugaba con un balón de basquetbol, pasándolo de una mano a otra.

—¿Cómo era?

La niña pareció sorprendida por la pregunta. No era capaz de describir a alguien tan ordinario como el hombre.

—No lo sé, supongo que como tú. Aunque se lanzó a las vías en cuanto nos entregó el sobre. Quizás sea un militar o algo, porque subió al otro lado sin esfuerzo, ¿verdad?

Sus amigos le hicieron segunda, recordando aquel momento que sin lugar a duda los había dejado impresionados.

—¿Dijo algo más?

—Pues, solo te señaló. Oye, también nos dijo que nos darías una buena propina —apremió ella. Deseaba ir a jugar.

—Sí, claro.

Jason le entregó cinco dólares a cada uno y, pese a que no era mucho, bastó para colocar un par de sonrisas en aquellos rostros sinceros. El reportero pensó que eso era lo mejor de la infancia, la capacidad para emocionarse y sentirse pleno hasta con las cosas más triviales del mundo.

Sonrió al verlos marcharse, alegres por haber sido partícipes de una entrega tan peculiar y además ganarse con ello un buen dinero, pues no solo Jason había pagado por el favor, también ese hombre de apariencia dócil y vulnerable les había dado otro tanto por aquel simple servicio.

En cuanto los perdió de vista en las escaleras de salida, Jason llevó su mirada al sobre. Esta vez era de color negro y parecía haber sido reforzado para que fuese más complicado abrirlo. Tuvo el impulso de romperlo ahí mismo para ver el contenido, pero algo lo detuvo. No sabía si aquel detective se había conformado con su pobre declaración, de modo que era muy posible que lo estuvieran siguiendo. De manera que, después de echar una nueva mirada al sitio en el que la niña había señalado, se guardó el sobre en la bolsa interna de su chaqueta de mezclilla y puso marcha de regreso a su departamento.

Las calles eran especialmente frías, el otoño no había dado tregua a la ciudad, de manera que los vientos fríos hinchaban sus ropas y le congelaban hasta los huesos. Las hojas secas bailaban sobre el pavimento, produciendo un sonido muy similar al de las olas del mar.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now