A Balazos

5.3K 235 21
                                    

- Cuídese Doña Rosa. Y recuerde que no puede hacer grandes esfuerzos en una temporada.- Le regaño con cariño mientras veo como me sonríe aquella anciana de pelo blanco y carnosas mejillas.- Eso incluye el huerto.

- ¿¡Pero quien cuidará de mis pequeñas zanahorias entonces!?- Se queja ella haciéndome reír. - Deberías venir tu. Así conocerías a mi nieto. Es un jovencito muy apuesto que seguro que te gustaría.

Trato de no poner los ojos en blanco y sonreír en vez de eso. Cansada, pero divertida, ante la insistencia de esa vieja entrañable por hacer de celestina y tratar de emparejarme con alguno de sus nietos o sobrinos.

Cuando por fin se marcha, y teniendo unos minutos de descanso, me recuesto sobre la silla de la consulta dejando salir todo el aire que, sin saberlo, estaba reteniendo. Hoy ha sido un día agotador, con un montón de pacientes y aún me quedan una pila de reportes que rellenar. 

Amo mi profesión, por la que tanto he estudiado y que tanto esfuerzo me ha costado. Las tardes de estudio, la beca y el trabajo a tiempo parcial para pagar el resto. Nadie dijo que ser doctora fuese fácil, y hay días que se me hacen especialmente eternos. 

Sobre todo, cuando ayer no conseguí pegar ojo cuidando de Eric.

Hablando de él, antes de que entre el siguiente paciente, saco mi teléfono para escribirle un rápido y escueto mensaje. Solo quiero asegurarme de que ya haya despertado y recordarle que esta noche es viernes de nachos.

Una tradición ridícula que comenzamos a los quince y que hacemos todas las semanas desde entonces. Comer nachos y ver una maratón de Friends hasta altas horas de la madrugada.

Incluso cuando él se fue a estudiar a Alemania un año completo, conseguíamos cumplir online, con largas reuniones de facetime, con nuestra tradición.

Eso siempre nos ha unido en los peores momentos. A pesar de que hubiésemos discutido, o que tuviésemos muchas cosas que hacer, nunca faltábamos a nuestro viernes de nachos.

Justo cuando envío el mensaje, mi puerta suena, avisándome del próximo enfermo, así que vuelvo a guardar mi teléfono en el bolsillo de la bata y continuo con mi trabajo.

******************************

Las doce y media. Las doce y media de la noche y este idiota sigue sin aparecer. ¿Me sorprende? No. Pero me preocupa mucho, porque nunca antes se había saltado un viernes de nachos y temo que algo grave le haya ocurrido.

Nerviosa me muevo de un lado a otro del salón, terminando, sin apetito, los últimos aperitivos de pura ansiedad que me da no saber nada de él. Sin duda tengo flashbacks sobre la noche anterior.

¿Cuánto tiempo va a durar esto?

Mi teléfono se ilumina sobre la mesilla y prácticamente me lanzo hasta el aparato. Es su número y un mensaje escueto. Una ubicación a tiempo real y nada más.

No lo pienso dos veces antes de salir de casa escopetada, con el cómodo pijama puesto todavía y las zapatillas sin abrochar. Haciendo tintinear las llaves del coche entre mis dedos.

Ni siquiera las canciones nocturnas que se reproducen en la radio me tranquilizan. Mis latidos suenan más altos que Adele, y eso que creí que no sería posible sonar más alto que semejante reina.

Las calles cada vez se hacen más estrechas, más oscuras, indicándome que el barrio en el que conduzco no es muy seguro. Las aceras están vacías y solo se oye la fuerte música saliendo de un local al fondo con luces neón rojas que tintinean sin descanso.

Freno frente a él, algo intimidada por el grupo de muchachos que están fumando fuera, que me miran más allá de la ventanilla entre humo y risas. Pero aquí es donde dice la ubicación que está Eric y trato de infundirme el coraje necesario para salir a buscar al idiota de mi mejor amigo en un pijama demasiado fino de color rosa.

Sin embargo, pronto me doy cuenta de que no hace falta. No cuando veo su cuerpo salir corriendo del local, perseguido por dos hombres. Mis ojos se agrandan al reconocer armas de fuego en sus manos y el rostro asustado de Eric que gesticula con prisa a la distancia.

- ¡Arranca! ¡Arranca! - Le oigo gritar mientras, literalmente, salta dentro del coche a los asientos de atrás.

Tardo en reaccionar al principio. Pero lo hago en cuanto una bala impacta cerca del espejo retrovisor haciéndome pisar el acelerador de puro pánico.

Llámame loca, pero nunca nadie me había disparado. El ruido de la detonación es tan alto que durante unos segundos después no escucho nada, como si se me hubiesen taponado los oídos. O tal vez es el miedo, el verdadero terror que sienten las presas cuando su vida depende de lo rápido que corran, o en mi caso, de lo fuerte que pise el acelerador.

El coche sale precipitado por la oscura calle y, aunque escucho más disparos, ninguno da a la carrocería. Giro bruscamente saliendo de ese horrible barrio con el corazón aporreando mi pecho y el sudor en mis manos que se fijan al volante, tratando de mantener el control.

En la última curva, Eric pasa al asiento delantero del copiloto torpemente, casi dándome una patada en la cara e igual de acelerado que yo, con su pecho subiendo y bajando por la respiración errática.

- ¿¡Que ha sido eso!?- Le grito alterada cuando me aseguro de que ya es imposible que esa gente nos alcance.

Por más que miro por los retrovisores, parece que he conseguido dejar atrás las oscuras y angostas calles y a aquellos hombres.

- Eso, querida Alexa, es un camello cabreado.

Pero a mi no me hace gracia. Nada de gracia. Creo que voy a sufrir un paro cardiaco en cualquier momento. Eso sin contar la perdida de pelo por el estrés.

- No pagué el otro día, y me encontraron.- Explica mientras se frota la frente cansado y algo mareado.

- ¿Has bebido? - Le pregunto al ver el color pálido, verdoso de su piel.

- No se... Tal vez un poco. - Responde cerrando los ojos. - Tienes que dejarme quedarme en tu casa, Alex. A la mía es al primer lado al que irán a buscarme.

Por su tono de voz parece que el problema es grave, y en su mirada se refleja la verdadera preocupación.

Voy a responderle con una retahíla de insultos cuando lo veo inclinarse poniendo su cabeza entre sus piernas. Su tono de piel se vuelve aún más blanquecino si es que eso es posible.

- ¡No, no, no! ¡No te atrevas! - Le digo previendo lo que se viene.- ¡Eric!

Pero ya es tarde. Puedo oír la primera arcada y como lo vomita todo sobre la tapicería de mi coche.

Tu DeudaWhere stories live. Discover now