El Intercambio

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El reloj marca exactamente la una y media. Ni un minuto más ni uno menos. Porque asi deben ser la cosas, cuadriculada y bien calculadas, si quiero que todo vaya a la perfección.

La noche es más fresca que cualquier otra, o al menos esa es mi sensación. Me acurruco más en mi sudadera oscura mientras espero. Ya deberían estar aquí, y su impuntualidad debería ser una mala señal.

A mi izquierda Mauro, que con expresión fría echa otra ojeada a que los pinganillos y conexiones con mis hombres funcionen perfectamente.

A mi derecha, como siempre, George aspira con ansias otra calada del ahora pequeño cigarrillo. Los nervios le hacen fumar por lo menos una cajetilla completa antes de cada misión y, si mis cálculos no me fallan, no deben quedarle más de dos.

Hasta a mi me están entrenado esos nervios que necesitan de la nicotina. Y no es para menos. Si todo sale según el plan establecido los comparadores llegarán en cualquier momento. El dinero, que no es poco, se transportará en tres camionetas distintas, que ahora mismo están llenas de armas.

Ahí es donde el plan de pillar al imbécil del topo entra en acción. Cada furgoneta seguirá un camino, a cada mando de la mansión le hemos dicho una ruta. Es sencillo. Al miembro de la mafia al que le dijimos la ruta de cuya furgoneta falte dinero, es el topo.

No es tan complicado y sin embargo me sudan las mano a pesar del frío. 

De nuevo George abre la cajetilla y está vez no me resisto y estiro la mano. Entendiendo lo que le pido, aunque a regañadientes, reparte el resto entre los dos, un piti para cada uno, y tira la caja a un lado de la desierta carretera.

Y como si fuese algún tipo de señal, en cuanto prendo el cigarro, un coche oscuro, moderno pero común, hace acto de presencia en aquel desolado descampado.

En seguida vuelvo a analizarlo todo, aunque permanezco con una mirada indiferente y tranquila. Seguramente tengan por lo menos dos furgonetas esperando al final de aquella carretera. Estarán armados, pero no más que nosotros. No debería haber ningún problema con esos traficantes de pacotilla.

Del vehículo baja un hombre robusto, calvo y tatuado demasiado cliché para mi gusto. A su lado el que me interesa, un hombre delgado entrado en edad y algo gris pero con el rostro más profesional y seguro de si misma que he visto en toda mi carrera de Mafioso.

Un experto que bien podría ser mi padre.

- Si no te importa iremos al grano.

Es él el primero que habla cuando por fin nos acercamos lo suficiente para estar cara a cara. Su propuesta me hace levantar una ceja aunque me parece correcta.

- Revisaré el cargamento y solo entonces le entregaré el dinero.

Me dan ganas de reír, aunque solo suelto el humo de la última calada y lo miro con el ceño fruncido.

- Aquí el vendedor pone las normas. Yo también quiero contar que esté todo el dinero.

- ¿No te fías de mí?- Su pregunta no suena ofendida ni enfada si no más bien divertida.

- No me fío de nadie.

Es aquel hombre el que ríe, rompiendo el silencio en aquella desierta carretera. Su voz suena rota, tal vez por el exceso de tabaco o porque la edad le pasa por fin factura.

- Haces bien, muchacho.- Accede al fin haciendo venir con un gesto a aquel gorila con los maletines. - Con esos principios llegarás lejos.

Mientras el viejo me echa la chapa espero a la señal afirmativa de mis hombres que cuentan los fajos pocos metros más adelante.

Otra calada, y cada una me relaja un poco más confiando de que todo va viento en popa.

- Yo ya he llegado lejos, viejo.

No se en que momento todo se va a la mierda. Tal vez es cuando mi gente me hace el gesto de que todo está correcto. Tal vez mi frase o la sonrisa de autosuficiencia del comprador.

Solo se que aquella explosión lo detonó todo. ¿De dónde provenía? ¿Quién había comenzado aquella batalla de balazos? ¿Contra quién luchabamos?

Eran preguntas que debí haberme hecho en aquel momento pero que, en cambio, fueron sustituidos por la adrenalina de una batalla de la que entendía más bien poco.

Las balas vuelan, ambos nos retiramos con prisa y algo de caos. No tardo en sacar mi arma con mano experta pero ¿A quien apunto? Aquel gorila y mi comprador disparan a mis hombres y al cielo nocturno caminando de espaldas. Desde su coche también nos dispara el conductor y podría jurar que genera alguna baja.

- ¡Joder!- Grito de repente ante lo que siento.

Un pinchazo, muy profundo. Una especie de ardor que reconozco al instante.

Mierda. Me han dado.

Pero ni siquiera me da tiempo a mirar donde ni mi estado cuando alguien me arrastra hacia atrás, refugiándonos detrás de alguna de las furgonetas de armas.

- ¡Debemos retirarnos!- Reconozco los gritos de Mauro. - ¡Nicola está herido!

Siento un frío extraño en el abdomen y ese pitido en mi cabeza más fuerte que nunca. Trato de tocarme la sien pero mis brazos parecen no responder. Solo entonces mi mejor amigo entra en mi campo de visión, algo borroso.

Parece preocupado y eso me preocupa también a mí.

- ¿Estoy jodido?- Le pregunto a pesar de que mi voz suena rota y extraña, como si no me perteneciese.

- Muy jodido.- Es toda su respuesta.- Te llevaremos a casa y te pondrás bien.

Bajo la mirada y puedo ver toda mi ropa empapada en sangre. La bala por lo menos parece haber entrado limpia pero me duele como un mal demonio.

No es mi primera herida en combate. Pero sospecho que podría ser la última cuando siento de nuevo ese frío y ese mareo que me hace tambalearme.

Antes de caer al suelo inconsciente escucho las llantas de todos los coches huyendo del lugar y los gritos de George y Mauro dando órdenes.

Luego todo es negro. Y me pregunto, aunque suene estúpido, si aquel odioso pitido me seguirá hasta el infierno.

Tu DeudaWhere stories live. Discover now