Malvenida

4.5K 242 20
                                    

Me equivocaba al decir que la mansión era tranquila. Me equivoqué por completo.

Nada tiene que ver, ahora mismo, con la tranquilidad de los pasillos casi vacíos que debo limpiar durante el día.

Es de noche. Puedo ver la luna casi llena desde la ventana abierta de mi pequeña habitación por la que me entra aire fresco. Su brillo, junto a la luz anaranjada que se cuela por debajo de mi puerta, crean sombras en mis paredes y suficiente luz como para verme sentada en aquella cama como una pringada. Esperando a que me gane el sueño o a que terminen de hacer ruido.

Por doceava vez, me doy otra vuelta en la cama y me tapo la cara con la almohada, queriendo gritar de la impotencia.

Me encantaría decir que soy lo suficientemente fuerte como para soportar la situación en la que yo sola me he metido. Sin embargo, las lágrimas traicioneras que corren por mis mejillas cada vez que tengo un momento a solas dicen lo contrario. 

Echo de menos mi antigua vida. De repente parece que necesito todo lo que tenía y hacía, incluso lo más insignificante, como el olor del detergente de mi ropa.

Extraño las visitas inesperadas de Eric, mi estantería llena de libros, la extraña mancha de café que nunca conseguí limpiar del sofá.

Me siento sola, perdida, y tengo miedo. Por mucho que trate de no demostrarlo delante de esa gente, lloro en silencio mientras trato de dormir.

De nuevo me sobre salto cuando oigo los disparos, seguidos de risas espeluznantes. La música está tan alta y es tan estridente que apenas distingo lo que es música y lo que son gritos.

Estoy segura de que si apagasen la música electrónica que lleva horas sonando, mi cerebro seguiría latiendo al ritmo del bajo durante toda la noche.

Debí darme cuenta de que es cuando el sol se ha escondido que los delincuentes salen a hacer sus travesuras. Desde media noche, muchos han salido y vuelto en grupos, en coches negros o furgonetas blindadas del mismo color. He podido ver el brillo de las armas en sus cinturas y el solo hecho de saber que están tan cerca de mí me da escalofríos.

Soy médico. Salvo vidas. Y de repente me encuentro rodeada de gente que las quita. 

Algunos también salen a fumar de vez en cuando para descansar del bullicio de la fiesta. Ríen y bromean entre ellos mientras expulsan esas asquerosas nubes oscuras de humo, demasiado cerca de mi ventana, asqueándome.

Maldigo a los mafiosos que me rompen el ciclo del sueño.

Frunzo el ceño una vez más antes de cerrar los ojos de nuevo esta vez con fuerza, no sin antes quitar los restos de mis lágrimas con rabia con el dorso de mis manos. Tal vez es que estoy cansada del trabajo, o que ya son las cuatro de la mañana, pero por fin caigo en un profundo sueño.

******************************

Puedo escuchar las risas femeninas de aquella gran mesa. El comedor para la gente del servicio no es más que una sala enorme con largas mesas de madera, donde, en nuestro poco tiempo libre, se dedican a cotillear y charlar con una despreocupación que me asombra.

Esto es terroríficamente parecido al patio de una cárcel.

Y aunque solo es mi segundo día aquí, está claro que las demás no quieren que forme parte de su grupo.

De nuevo veo como se giran a mirarme sin ningún disimulo y gesto rancio, como si fuese ciega y no me diese cuenta. Tan solo pongo los ojos en blanco y voy a sentarme a otro lado con mi plato de arroz con pollo. Estoy demasiado cansada como para decir nada o para sacar mi carisma social.

Anoche no pegue ojo y ya es el segundo día que no lo hago. Las ojeras se marcan más en mi rostro, oscuras y pesadas, y tengo la sensación de que he perdido mi característico brillo.

Dos días... Solo me quedan noventa más. Una cuenta atrás que se me hace cada segundo más eterna.

Suspiro llevándome el tenedor a la boca sin muchas ganas, metida en mis propios pensamientos, cuando siento algo gélido caer sobre mí, haciendo que me levante de golpe.

Miles de risas resuenan a mi alrededor al instante y ni siquiera se de donde provienen, porque no puedo ver bien entre el pelo chorreante que cubre mis ojos.

Mi ropa está empapada, mi piel está empapada y solo puedo sonrojarme de coraje y vergüenza ante el grupo de chicas jóvenes que aún sostienen el cubo de agua que me han volcado encima.

- Bienvenida a la Mafia, novata.- Es lo único que dicen antes de volver a carcajearse de mi sin que nadie las detenga.

¿Acaso cada bienvenida en este lugar viene con una humillación?

No me atrevo a decir nada. No porque tenga miedo de la repercusión de explicarle un par de cosas a estas idiotas, si no porque quiero pasar lo más desapercibida posible estos tres meses. O al menos eso pretendía.

No parece que sea tarea fácil ahora que todas las miradas están sobre mí. Algunas burlonas, otras se apiadan de mi mala suerte y otras tan solo agradecen tener un chisme nuevo en sus aburridas y monótonas existencias. 

Mi vida se ha ido al traste, mis planes por la borda. Mi trabajo, mi casa, mi amigo... Y ahora añado a la lista mi dignidad.

Procuro sacudirme como un perro el agua que escurre de mí, pero no hay forma. Mi ropa está calada y mi comida también. El pollo flota en el agua de forma poco apetitosa.

Cierro los ojos con fuerza y palpo el collar sobre mi cuello, la cadena dorada me da fuerza para no derrumbarme ahí mismo.

Para cuando estoy dispuesta a marcharme corriendo, sin intención de volver a este asqueroso comedor en lo que me queda de vida, unos pasos fuertes se abren paso entre los espectadores hasta llegar a mi lado.

- Alexa.- La voz de la mujer mayor que dirige la servidumbre me hace girar en su dirección. Me inspecciona de arriba a abajo con una ceja alzada al ver mi estado, pero no dice nada.- El jefe te llama a su despacho.

Genial. Justo cuando creí que mi día no podía ir a peor.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora