Disculpas de oro

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Sus manos se mueven nerviosas en su regazo. Tal vez sea porque finalmente voy a enfrentar el tema del que ayer consiguió escabullirse tras vomitarme toda la carrocería.

- Tendré que avisar a Miriam de lo que está pasando, Eric.

- ¡No! A mi madre no.- Levanta por primera vez la mirada el rubio clavándola en mí. Y aunque me pone esos ojos a los que no me puedo resistir, esta vez seré fuerte.

- ¿Y que le inventaras esta vez de por que no vuelves a casa? No podrás ocultárselo por siempre.- Me quejo sentándome a su lado, de nuevo en mi sofá.- Ya se cree que estamos casados o algo, de tanto tiempo que pasas en mi apartamento.

El enfado y la ilusión se mezclan por partes iguales en mi pecho al decirlo. Al hacerme a la idea de ese sueño.

No obtengo respuesta por lo que se que, aunque sea, comprende el problema en el que está metido esta vez.

- Y esos tipos que nos dispararon... ¿Cuánto les debes?

Eric me mira preocupado con las cejas arqueadas y mordiéndose levemente el labio con intranquilidad y eso me agobia más a mi, porque le conozco suficientemente bien como para saber que esta vez no va a ser tan sencillo.

No es uno de esos junkies a los que puedo convencer con un par de billetes y un anillo brillante que hago pasar por diamante en vez de cristal.

- No es a ellos a los que le debo. Ellos son solo un camello y su matón.

- ¿Entonces?

- Lo solucionaré. Te lo prometo.- Se niega a responderme a la pregunta, lo que me pone más nerviosa e inquieta pensando en la ingente cantidad a la que nos estamos enfrentando.

Voy a decir algo cuando siento su mano en mi rostro. Lo que me hace olvidar cualquier palabra de mi mente que tuviese planeada. Sus dedos acarician mi mejilla y me relajo de inmediato. Siempre tiene ese efecto en mí y él lo sabe, y sabe aprovecharse de ello.

Me sonríe y yo lo hago de vuelta. Contagiada por el brillo de ese rubio que hacía lo mismo en el colegio cuando tenía un mal día, para tranquilizarme. Mi vista viaja hasta sus labios, embelesada por ellos durante unos segundos. Sintiéndome demasiado cobarde como para confesarle mis sentimientos.

Con miedo a perder su amistad. Perderlo a él.

- Te he traído un regalo.

Sus palabras me hacen volver a la realidad. En seguida la curiosidad me gana cuando veo que saca una pequeña caja de madera y fieltro rojo de su espalda, seguramente de su bolsillo trasero.

- ¿Qué es?- Pregunto entusiasmada mientras la abro, con manos temblorosas ante el aspecto valioso que tiene.

En seguida una fina cadena dorada aparece ante mi vista y, colgando de ella, una pequeña estrella del mismo material brillante. Un precioso colgante de demasiado valor.

- No puedo... No deberías habérmelo comprado.- Le digo tratando de devolvérselo, aunque él, lejos de sentirse ofendido, lo saca de la caja dispuesto a ponérmelo.- Deberías haberte gastado el dinero en devolver lo que debes, Eric.

Solo hace un gesto de desinterés a la vez que me aparta el pelo oscuro despacio, como una cortina, dejando mi cuello al descubierto y mandando miles de sensaciones por mi cuerpo. Me lo dejo colocar y lo toqueteo con cuidado entre mis dedos cuando la estrella descansa fría sobre mi pecho.

- No ha costado tanto como para poder saldarla. Y te lo mereces.- Me sonríe haciéndome olvidar los escalofríos que me recorren.- Te debo una disculpa. ¡Miles de ellas en realidad! Te prometo que, cuando salgamos de esto, iré a rehabilitación o lo que haga falta... Para estar contigo.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora