Nicola

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Los papeles sobre el escritorio parecen no acabarse nunca. Hojas y hojas de cuentas, números y tratos, que aún me quedan por revisar. A veces mi trabajo no es tan entretenido como parece. Si. La acción y la sangre no falta en algunos momentos. Pero la mayoría de veces me siento un pájaro encerrada en una jaula de oro.

Me paso la mano por la frente de forma cansada a la vez que suspiro. Masajeándome las sienes que siento punzantes por la presión.

Necesito aire fresco, unas vacaciones, un trato sabroso o alguien a quien torturar a gusto. Incluso alguna de esas fiestas ostentosas llenas de dinero y gente pretenciosa entre la que siempre puedo sentirme superior. 

Siempre me hace sentir mejor notar su miedo, respeto y deseo por partes iguales de los hombres y mujeres que me observan.

No soy muy fan de ellas. Pero he llegado a un grado de desesperación que cualquier cosa me serviría. Llevo ya tres días aquí encerrado y creo que me volveré loco.

- Jefe.- George aparece tras la puerta. Parece tan cansado como yo, con el ceño fruncido como siempre. 

Esperaba no tener que verlo por lo menos en un par de horas más. Siempre pegado a la suela de mis zapatos, lamiéndome el culo.

Es mi mano derecha ahora, pero fue el de mi padre hace unos años, antes de que heredase su imperio de la droga. Los rumores dicen que no consiguió el puesto de forma convencional, y la extraña y repentina desaparición del anterior mano derecha de la familia D'Arezzo podría confirmarlo. ¿Pero quienes somos para juzgar?

Yo, por lo menos, no soy mejor que él. No... Puede que sea peor... Mucho peor.

- El chico del otro día se ha colado en el recinto exigiendo a gritos hablar contigo. No creemos que sea una amenaza.

Su voz suena monótona y por unos segundos no consigo comprender a quien se refiere. Pero casi como una visión, los ojos grandes de aquella mujer aparecen en mi mente.

Alexa. Cuando apareció en mi despacho siguiendo a ese idiota drogadicto pensé que sería otra novia más que saldría corriendo al ver, tan solo, el cañón de un arma. Su valentía me sorprendió y me pareció divertida su propuesta. 

Aquellos ojos llenos de determinación, sus largas y exóticas pestañas y aquel pelo rizado indomable de leona.

Esa mujer era caliente como la mierda, pero ilusa. Una ilusa que decidió dejarlo todo por pagar la deuda de alguien que acabará muerto en unos meses en algún callejón por una sobredosis. Y ahora el idiota tiene los huevos de venir a molestarme de nuevo, como si haberse metido con la Mafia fuese un juego de pijos con dinero que papá puede arreglar.

Con un asentimiento pido que le lo traigan al despacho, y tan solo tengo que esperar unos minutos para reconocer al hombre que se adentra a trompicones, seguido de George y otro de mis hombres, ambos atentos a cada uno de sus movimientos.

Al principio parece desorientado, y sinceramente creía que estaba drogado de nuevo, pero me equivocaba. Las ojeras negras bajo su rostro, su gesto desamparado y el movimiento inquieto de sus manos se debe a dos cosas que yo ya había visto antes en una ocasión. 

La primera, un drogadicto en abstinencia sus primeros días. El sudor por su frente y los ojos enrojecidos, incluso la forma compulsiva de rascarse los antiguos pinchazos. La segunda, y la que más asco me da, es que quizá me equivoqué y a este chico si le importa Alexa. Casi del mismo modo que a ella le importa a él.

- Debes romper el trato.

La voz de ese hombre, cuyo nombre ni recuerdo, es aguda y nerviosa. De hecho no soy consciente de que se ha dirigido a mi hasta que sus ojos chocan con los míos. La idea de que sea él el que haga mi día más interesante cruza mi mente.

- ¿Es una orden?- Digo recostándome en la silla y tratando de intimidarlo, lo que parece que funciona.

- Por favor... Yo soy el que tengo que pagar la deuda en primer lugar.- Se acerca unos pasos a mi mesa, haciendo que tense la espalda alerta, a pesar de no demostrarlo.- Necesito que vuelva.

Sus palabras parecen sinceras, pero no pienso hacerle un favor a alguien como él. Es una Mafia, no Caritas. Si perdono una deuda nadie me tomará en serio. Acabaría perdonando a todos los inútiles del condado y perdiendo dinero.

- No pensaste eso mientras te metías la última dosis, ¿verdad?- Mis palabras salen como filosas cuchillas.- Ahora tu chica es mía.- Una sonrisa sádica surca mi rostro cuando recuerdo a esa testaruda mujer.- Y no pienso devolvértela en un buen rato.

Sus ojos arden en ira de repente ante mis palabras. Sabiendo por donde divagan mis pensamientos. Todos los hombres pensamos lo mismo, a fin de cuentas, y no me trago ese papel de mejor amigo de la infancia. No teniendo la muchacha semejantes curvas.

- Eres un degenerado. ¡Te debía dinero! ¡No a Alexa!

Le veo perder los estribos, seguramente los nervios por la abstinencia le den parte de ese valor para atacarme, que me hace levantarme de golpe y sacar mi arma. Totalmente furioso apunto a su cabeza, sabiendo que mis hombres, del mismo modo, están listos para hacerlo mierda a la mínima señal.

- ¡Alexa se quedará conmigo! Tu drogadicto cerebro de mierda parece no comprenderlo.- Escupo con la misma furia y asco, sin que mi arma tiemble ni retroceda un centímetro.

- Te mataré.- Susurra entre dientes con los puños apretados.

La vena de mi cuello comienza a palpitar de pura ira. Se que podría pegarle un tiro entre ceja y ceja y mandar a esta escoria, que se atreve a desafiarme, al infierno al que pertenece. Pero la idea de que viva el resto de su existencia con el asco hacia si mismo por saber que ha perdido a aquella chica por algo de lo que ni siquiera puede separarse se que será una muerte mucho más dolorosa.

Por que estoy segura de que Alexa nos será la misma después de todo esto. Tal vez ya no se trague más sus cuentos de la rehabilitación.

- Me gustaría ver como lo intentas.

Lo reto con la mirada tan solo unos segundos más. Los dos dispuestos a no perder esta tonta batalla que acabamos de empezar. Solo cuando es él el primero que parta sus ojos de los míos, me siento satisfecho.

- Saca a esta basura de mi casa.- Mi voz suena fría por todo el despacho que se ha quedado de repente en completo silencio.

Sin mediar media palabra más, me obedecen, como siempre, y comienzan a arrastrarlo hacia la salida sin que ponga mucha resistencia.

Solo entonces guardo el arma de nuevo bajo mi mesa. Aún con el calor de la discusión que parece haberme dado aún más dolor de cabeza, cuando se supone que debería haber sido divertido.

- George.- Le llamo en el último momento.

No se que es lo que me impulsa a hacerlo. Tal vez el enfado, o ese punzante pitido. Tal vez esos ojos que aparecen de nuevo en mi cabeza como una película rayada. Pero cuando me quiero dar cuenta ya lo he dicho.

- Trae a Alexa a mi despacho. Ahora.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora