Besame

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¿Qué mierda acaba de pasar?¿Que mierda pasa ahora?

No puedo explicarlo. Estaba tan enfadado con ella por lo del jarrón, y a la vez tan preocupado por el ladrón de mi dinero, que solamente me salió así.

Lo de Mauro solo fue la gota que colmó el vaso. La forma en al que miraba.

Se que los Cannonis de mi casa son deliciosos, pero también se que solo pedía de repetir para que volviese a girarse, y poder mirar como su corta falda volaba dejando una preciosa vista de sus largas piernas al completo.

Mierda.

Lo primero que cruzó por mi mente, cuando se acercó de ese modo a mi para servirme, fue en mandar todo al diablo. Y luego, pensé en que tenía razón, debería cambiar el uniforme de las criadas o perdería la cabeza por esta.

Dije la primera idiotez que se me ocurrió cuando mi propio hermano se dió cuenta de su belleza. Y de nuevo tuve que destrozarlo, cuando me recorrió ese repentino enfado, diciendole esa burrada. Consciente de que no entiende el italiano.

Luego todo se salió de control. ¿Que debía a mi importarme aquella mujer? ¿Por que, a pesar de mantenerme lo más serio posible, su segundo llanto del día hacía estragos en mi piel?

¿Por que salí corriendo detrás de ella? Ignorando la voz de mi amigo y el ridículo que estaba haciendo.

Ahora, caminando por el pasillo en su busqueda, trato de convencerme que Alexa necesita una buena bronca. Que nadie más que yo puede marcharse con la última palabra, dandome la espalda.

El pasillo está solitario. Desde que he llegado a la mansión todos se han escondido en algún recobeco. Por eso avanzo sin miedo a que me vean hasta dar con aquella puerta.

Se que está en esta habitación, yo mismo se la asigné.

- Abre la maldita puerta, Alexa.- No me controlo cuando llamo con fuerza, aunque no recibo respuesta.- Voy a entrar.

Pero cuando lo hago no hay nadie en la habitación. Los pantalones están sobre la cama, aún manchados de sangre. No tiene muchas cosas, tan solo los zapatos al lado de la cama y un montón con la ropa de cambio perfectamente doblada sobre la silla.

Un pequeño sollozo se escucha, proveniente del baño. Otra puerta cerrada y estoy segura de que esta vez no la podré abrir tan facilmente.

- ¡No me hagas perder la poca paciencia que tengo!- La ira me ciega cuando vuelvo a llamarla.- No quieres verme enfadado.

- Tienes razón. ¡Prefiero verte muerto!

Miles de veces me han deseado la muerte, solo unos pocos lo han intentado. Siempre trato de no tomarmelo personal, pero esta vez... Esta vez lo siento como una espinilla en mi pecho. Y ni siquiera se por que duele.

El grito solo hace que me enfade más.

- Abre la puerta. ¡Ahora!

Esta vez hablo en serio y parece que lo sabe porque escucho unos pequeños pasos y el sonido del cerrojo.

Su rostro es lo primero que veo. Sus mejillas están rojas, con rastros de lagrimas sobre ellos. Tiene el pelo suelto algo alborotado, como si se lo huviese peinado con nerviosismo varias veces. Solo me quedo ahí viendo como le tiembla el labio inferior durante unos segundos.

- Dejame en paz. ¡Todo es tu culpa! Si tan solo... Solo deseo irme a casa.

Su desesperación se convierte en la mía durante unos segundos y entro en el pequeño cuarto junto a ella, cerrando tras de mí. Este baño es demasiado pequeño para los dos. A pesar de que retrocede solo me quedan unos centímetro para llegar a ella, y de nuevo el olor a melocotón choca contra mí, esta vez más fuerte que nunca.

- Y yo deseo que dejes de comportarte como una niña.

No puedo evitar apretar los puños y acercarme un poco más. Contemplar esos ojos que me miran como si no fuese capaz de comprender su sufrimiento.

- Llorando por ahí y dejandome en ridículo frente a mis socios.- Gruño.

Sin darme cuenta el espacio se ha cortado tanto que puedo oír el latido de su corazón, que se acelera a cada centímetro que acorto entre nosostros.

Su espalda contra las frías baldosas del baño, mi pecho no tarda en rozar el suyo, haciendome fruncir el ceño un poco más.

- Si no me dejas ir, tendrás que encerrarme de por vida.- Me amenaza levantando el mentón orgullosa.

Su aliento se mezcla con el mío, y se me hace imposible no mirar sus labios dos segundos antes de volver a mirarla.

- Por que lo primero que haré cuando salga será contar todo tu sucio negocio.

Tan solo sonrío. Me apetece reír, de hecho. Me pone.

La forma en la que su mirada trata de luchar con la mía. La valentía para amenazarme en mi propia casa, acorralada contra la pared. Sabiendo que podría matarla en un par de segundos.

Tan caliente.

Mi mente es un completo desastre. Yo soy un jodido desastre. Porque por primera vez no me duele la cabeza, y por primera vez soy yo el que doy el primer paso. Deseperado, entre la rabia y el deseo, por probarla.

Solo escucho unn pequeño jadeo de sorpresa cuando mis labios chocan con los suyos. Son carnosos y calientes, y tan suaves que siento que me derrito en ellos. Mi corazón aporrea al mismo ritmo que el de ella, y no me puedo detener cuando la agarro el rostro con una mano, profundizando el beso con rabia y fuego, mientras que con la otra me escabullo bajo su falda. Esa corta falda negra que lleva toda la noche volviendome loco.

Espero a que se aparte, que me pegue una cachetada y vuelva a soltarme otra imprudencia. Pero sonrío contra su boca cuando no lo hace. Cuando me responde con el mismo fervor creando una batalla entre los dos.

Joder. ¿Que estoy haciendo? No me puedo separar. No cuando mis manos recorren la piel desnuda de sus muslos, cuando siento un cosquilleo en la punta de estos que baja hasta mi miembro, ansioso por más.

Mierda.

Me separo de golpe. Dejandola por fin respirar. Sus ojos están dos tonos más oscuros, seguro que al igual que los míos. Y la maldita sensación no se va. Dandome ganas de arremeter contra todo en aquel pequeño espacio.

- ¿Crees que me puedes amenazarme? ¿Quien creería a una simple y cualquiera limpiadora como tu?

No lo pienso dos veces. Le doy una última mirada antes de salir dando un portazo.

Tu DeudaWhere stories live. Discover now