Aliados

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Hoy he soñado con él.

Un sueño del que me he levantado con una extraña sensación en el pecho y un sabor agridulce en el paladar.

Todo empezaba, sin embargo, en aquel parque cercano al río que tanto se parecía al paraíso por aquel entonces. Aquel día me sentía avergonzada, triste, sola. 

Me había escapado corriendo de clase después de que todos se burlasen de la mancha roja en mis pantalones. Mi primer periodo, y no tenía ni idea de que hacer.

En el horfanato nos lo habían explicado, pero nada se acerca al cariño de una figura materna apoyandote en esa etapa de tu vida tan espeluznante, la adolescencia.

Se supone que debería tener a alguien con quien discutir por la ropa de moda, por salir más tarde de lo normal o por rehusarme a comer brocoli. 

Pero no.

A pesar de estar en aquel precioso parque, me senía más sola que nunca.

Las rodadas de una bicicleta me sacaron de mi ensoñación, obligandome a secarme las lágrimas de las mejillas antes de girarme hacia él.

Eric venía con una bolsa de plastico colgada en el manillar de aquella vieja bici, sus famoso pantalones cortos con las perneras desgastadas y aquella mochila verde que tan fea me parecía.

- Se la he pedido a mi madre.- Me dijo enseñandome sus brackets al sonreir, sosteniendo la bolsa y caminando en mi dirección.- Dice que aquí está todo lo que necesitas.

No recuerdo exactamente que había en la bolsa. Unas compresas, algún chocolate y una bolsa de agua caliente para el dolor, tal vez.

Pero si recuerdo que me lancé a los brazos de mi amigo, totalmente agradecida, y que desde aquel momento comprendí que tenía familia. A pesar de que aquel pequeño niño de pelo rubio y ojos grandes y yo no compartiesemos sangre.

Un sueño, que más bien ha sido uno de mis más atesorados recuerdos de la infancia.

Aparto los mechones rebeldes de mi pelo que molestan pegados en mi frente por el sudor del trabajo, del típico verano caluroso de la ciudad. Mientras pienso en lo bien que estaría ahora bajo el ventilador de mi dormitorio, después de una buena jornada en el hospital, entro en la comedor de aquella mansión.

Por lo menos esta vez ya la gente no se gira a mirarme. Parece que las novatadas terminaron y que ya no soy la novedad por aquí. La gente parece metida en sus propias conversaciones y, sin muchas ganas, me acerco a que me sirvan la comida de hoy.

Me muero de hambre cuando por fin me siento en el banco, suspirando con pesadez y devorando con la mirada aquel trozo de carne. 

Sin embargo no me ha dado tiempo a probar el primer bocado cuando alguien se sienta frente a mi haciendo ruido al dejar el plato con un golpe seco sobre la mesa.

Al principio, y como es normal después de todo lo que ha pasado esta última semana, mi primera reacción es de sobresalto. Sin yo quererlo me encojo sobre mi misma y cierro las manos en puños, como si estuviese dispuesta a saltar a la primera amenaza.

Sin embargo, mi gesto pasa a uno de confusión e interés cuando veo a un chico joven de pelo castaño, vestido con el uniforme del servicio, sonreírme abiertamente. Parece muy alto, aunque delgado, y no puede tener más de veinte años. O por lo menos las pecas sobre sus mejillas le dan ese aspecto de niño niño que no encaja con los hombres de Nicola.

- ¿Puedo ayudarte?

Mi voz sale más agresiva de lo que pretendía. Lo se en cuanto su sonrisa parece flaquear por unos segundos.

- Lo siento.- Me disculpo entonces destensando los hombros y tratando de sonreír, aunque solo sale una patética mueca.- Estoy a la defensiva.- Me justifico.

- Es normal.

El desconocido hace un gesto, restándole importancia, con la mano.

- Al principio yo también estaba alerta. Nunca se sabe.- Sonríe de nuevo extendiendo de repente su mano hacia mí.- Soy Patrick, por cierto.

- Alexa.

Saber que alguien también se siente, o ha sentido, como yo lo hago ahora mismo me reconforta. Tal vez suene perverso, pero trato de pensar en que no soy la única a la que le persigue esta mala suerte. A la que le ha atrapado una Mafia por idiota.

- Vi lo que pasó el otro día. Siento no haber hecho nada por evitarlo.

Ahora soy yo la que me encojo de hombros como si no me importase, jugueteando con el tenedor y mi comida, haciéndome la desinteresada. Guardándome de nuevo los sentimientos para no mostrar debilidad.

- A veces, una sola de esas arpías puede ser peor que diez hombres de la Mafia.

Sin quererlo, mi mente evoca lo ocurrido el otro día. El calor de aquel hombre sobre mí, el odio en sus ojos que me quemaba, su aliento... Mi opinión es muy distinta a la de Patrick. Ni todas las gamberradas del mundo podrían compararse al terror que recorrió mi cuerpo en ese momento.

- ¿Cuanto tiempo llevas aquí?- La pregunta escapa de mis labios antes de que me de cuenta, tratando de borrar ese extraño recuerdo de mi mente.

Patrick parece no tener problema en contestar.

- Pronto cumpliré año y medio.

- ¿Cuando terminarás de pagar tu deuda?- Me atrevo a indagar.

- ¿Que deuda?

Su respuesta me sorprende por unos segundos. Lo observo con el ceño fruncido mientras come su almuerzo despreocupado.

- No todos estamos aquí por obligación. Necesitaba un trabajo urgente, mi madre está enferma, y fue lo único que conseguí. No es el mejor sueldo pero me da para mantenerla.- Parece perdido en sus pensamientos unos segundos.- Siempre dicen que cada uno tiene sus motivos para entrar en una Mafia.

Tan solo asiento dandole la razón y por unos segundos siento lástima por él. Yo al menos, en cuanto termine mi penitencia aquí, iré a casa donde nadie depende de mi y finjiré nunca haber vivido esto.

Estoy segura de que si me esfuerzo lo suficiente podre borrarlo de mi mente.

- De todas formas mi suerte va a mejorar.- La sonrisa de aquel muchacho se agranda demasiado, casi como una muñeca diabólica, aunque con sus tiernas facciones no se ve intimidante.- Y también la tuya.

Por alguna razón se me contagia la sonrisa. Por primera vez, desde que estoy aquí, parezco ser capáz de expresar una sonrisa sincera.

La forma en la que me mira trasmite esperanzas. Como con ilusión pro haberme encontrado. Tal vez no comprenda que los dos estamos estancados y que no creo ser capaz de ayudarle demasiado.

No me he dado cuenta de que él ya ha terminado todo su plato, al contrario que el mío que a penas he probado. Con la misma energía que parece que lo caracteriza, se levanta de la mesa con prisa. Saludando con la mano a otros muchachos que parecen llamarle desde la puerta de entrada, metiendole prisa.

- Encantado de conocerte. ¡Nos vemos!- Se despide de mi sin darme tiempo a decir nada.- No te preocupes, Alexa. Él te sacará pronto de aquí.

 - ¿Él?

Sin embargo, las dudas se agolpan en mi mante a la misma velocidad a la que Patrick sale del comedor con prisa. Agitando su mano como despedida y aún con esa sonrisa despreocupada.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora