Virgilio

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La casa de Tristán poseía cinco baños, uno de los cuales se encontraba en la habitación del chico, descartado por el resto de los familiares. Siete personas para cuatro baños, siete personas con descompostura para cuatro baños. El joven oía las carreras abajo, las maldiciones de su padre, y a su madre subiendo la escalera. Sonreía con satisfacción.

Esa noche, Tristán se divirtió más que nunca. Sentía una poco de lástima por su querida abuela, pero nada podía hacer si ella había decidido comer el plato principal; claro, no es que supiera de la sorpresa que éste guardaba.

Apagó la luz minutos después. Los ruidos estaban cesando poco a poco mientras el automóvil de sus tíos abandonaba la entrada. Había sido demasiado rápido para su gusto, y no había logrado ver el rostros de sus primas al sentirse mal, pero había valido la pena.

Ahora, con la luz apagada, escuchaba con claridad los gritos de su madre. Gritaba furiosa a la cocinera por cocinar comida en mal estado. Tristán estuvo seguro que la conversación terminó en el despido de la joven.

Recordó entonces, como días antes, su madre había hablado con su padre sobre echarla a la calle "porque no sabía usar correctamente los condimentos italianos". La chica también lo escuchó, y junto a Tristán, planeó esta venganza tan intrépida contra sus patrones. Un poco... mucho laxante en la salsa del platillo principal y los condimentos bien colocados y toda la familia estaba con descompostura, retorciéndose de dolor y vergüenza.

El chico no tuvo ni un ápice de remordimiento cuando a la mañana siguiente la cocinera no estaba en casa.

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No estaba seguro de como haría, pero debía escapar.

Imaginaba los métodos más efectivos de hacerlo mientras Zamara culminaba con su clase de los sábados.

Zamara, institutriz de Tristán desde siempre, era una mujer rusa de unos cincuenta años. Poseía una mirada severa y el cabello tan rubio que casi no podías distinguir las canas que en él habían. Ropas negras y rígidas, siempre planchadas de forma impecable, gafas gruesas y complexión gruesa. Eso era lo que veías cuando le dabas una mirada a la mujer. Pero si observabas por unos segundos, podías hallar la sonrisa fácil de su rostro y el constante movimiento de sus manos. Tristán creía que sus padres no habían mirado nunca lo suficiente a la mujer, sino no estaría trabajando allí como su institutriz.

—Por último, Tristán, pondré un poco de música, si te parece —dijo la mujer encendiendo el tocadiscos de la esquina y sentándose en la silla de su escritorio.

La pequeña sala utilizada como aula de clases se llenó del delicado sonido de alguna orquesta que el chico no reconoció. Tampoco puso todo su empeño en ello, puesto que estaba pensando en como robar carne de la cocina para que los perros no hicieran ruido en la noche.

El chico, literalmente, nunca salía de su casa más que por visitas al médico o a casa de algún familiar. Su familia estaba empeñada en que él debía ser un chico perfecto y tener la formación académica adecuada para llevar adelante el negocio de vinos de la familia. Los vinos Tomasini-Prior eran famosos en todo el mundo en ese entonces y tenían una trayectoria de años que su madre deseaba mantener a toda costa. Por eso contrató a Zamara cuando Tristán cumplió los cinco años.

—Instituriz Zamara yo... este... ¿usted cree que podré salir pronto? ¿A una escuela normal o con chicos que no sean mi familia? —preguntó con cautela el chico.

—Tristán, sabes mi opinión al respecto. Sabes que estoy en total desacuerdo con la forma de crianza de tus padres, pero ellos son quienes me pagan el sueldo. No esperes que ellos te dejen salir pronto, son bastante conservadores y obsesivos contigo, eres su único hijo y tu madre perdió un bebé hace poco más de dos años, pobre mujer. Comprendo como se sienten al respecto, pero sí, deberías tomarte más libertades por ti mismo —dijo con su intrincado acento. Sus últimas palabras se mezclaron con la música, permaneciendo el resto de la canción en la mente de Tristán.

Tristán //Enfermiza obsesión Where stories live. Discover now