Teléfono descompuesto

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Los chicos hicieron varias bromas en el parque esa noche, charlaron, rieron, planificaron y se dieron cuenta lo hermosa que es la vida; al menos Tristán lo vio de esa forma. Cuando el sol despuntaba en el cielo, el joven Tomasini decidió que era hora de marcharse. Zamara solía despertar temprano en la mañana, siempre le decía eso al chico y él estaba casi seguro de que era verdad. Así que, con gran pena, se despidió de los chicos. Staphina lo miraba con un marcado puchero y ojos achispados, Tristán no podía creer como luego de una noche de alcohol y risas podía verse tan bien, tan hermosa.

—Tristán, gracias por ser tan lindo conmigo hoy, de verdad, te mereces el cielo.

—No hay de que, me siento favorecido por poder disfrutar del placer de tu compañía —respondió el chico con una sonrisa, sus palabras eran ciertas, no pensaba que volvería a ver a la chica y en cambio había pasado la mejor noche de su vida con ella; había tomado cerveza, y por suerte le había sentado bien, incluso había logrado sentir esa sensación tan particular que ofrece el alcohol en su medida justa.

Los ojos de Staphina se llenaron de lágrimas y lo abrazó, sin importarle mucho porque, bueno, estaba borracha.

—No tienes un bolígrafo, ¿verdad? —preguntó sin venir a cuento.

Tristán no sabía para qué podía querer la chica un bolígrafo, pero de todas maneras fingió buscar en su ropa.

—No, no es algo que suelo llevar conmigo, lo siento.

—No importa. Quiero volver a verte, ¿puedes memorizar mi número telefónico? —cuestionó Satph. Estaba segura de que nunca se hubiera imaginado en esa situación con un chico de 14 años.

Tristán se encogió de hombros escuchando atentamente los dígitos que Satphina iba diciendo; sabía que al llegar a su casa recordaría todo.

—Puedes llamar cuando quieras, ya no está papá para molestar.

Él no entendió su comentario final, pero luego de otro abrazo con aroma a sudor y cerveza la despidió. Sus amigos la llevaban tomada del brazo.

—¡Nos vemos, Tristán cara de pan! —gritó al viento.

Tristán negó con la cabeza, pero la sonrisa no pudo abandonar sus labios. Allí se mantuvo todo el trayecto hasta su casa, mientras el sol terminaba de salir y la ciudad se ponía en movimiento. Los transeúntes apurados, siempre apurados, con maletines o carpetas rebosantes de papeles.

Al acercarse a su residencia vio a la vecina de al lado salir con el perico de su hija en una jaula. Tristán creía que era un animal ruidoso y desagradable, lo escuchaba muy raras veces en el patio de su casa, pero con eso era suficiente. La mujer estaba tan concentrada en hacer que el animal deje de chillar que ni siquiera se percató de la presencia de Tristán allí.

Aunque eso no fue una suerte, porque en el instante en que se detuvo en la entrada de su casa, la verja de hierro se abrió, revelando a una despeinada Zamara y a Muriel, la ama de llaves.

Todo el tiempo que había durado la reprimenda de ambas mujeres Tristán había repetido, una y otra vez, el teléfono de Staphina para sus adentros. No dio explicaciones, solo dijo que "necesitaba despejarse" lo que era cierto. Zamara tuvo la delicadeza de no nombrar el aliento a alcohol del chico delante de Muriel, quien había sido llamada por ella de urgencia al no encontrar al joven.

—¡Estoy muy decepcionada de ti, muchachito! —le gritó su institutriz mientras él subía las escaleras, deseoso de anotar el teléfono de Staph en algún lado. Esa noche la llamaría.

*

—Staphi, mi pequeña bebé, es hora de levantarse —susurró con dulzura una mujer mientras acariciaba la mejilla de su hija.

Tristán //Enfermiza obsesión Where stories live. Discover now