Como abrir los ojos... y encontrarte ciego

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(1982)

La residencia Tomasini estaba de buen humor esa mañana; los señores de la casa partían para la Toscana esa noche y Tristán quedaba al entero cuidado de su institutriz, no pudiendo cuidarlo sus tíos. El chico no preguntó el motivo, solo se sentía agradecido por su buena suerte.

Por su favorable estado de ánimo, estuvo un par de minutos más arreglándose frente al espejo, claro que eso también podía deberse a la fotografía de una chica de cabello oscuro que ahora adornaba el dorado marco. Tristán estaba seguro que ni una clase doble de matemática avanzada con Zamara podría acabar con su humor.

Así bajó, todo sonrisas y amabilidad. Dialogó con sus padres, comentando sus avances y futuros planes para el estudio. Su madre lo escuchaba muy interesada, mientras su padre leía el periódico.

Y la charla del desayuno hubiera sido una experiencia bastante soportable para Tristán, sino fuera por la cucaracha.

Retorcía sus patas en el plato de su madre, muriendo pinchada por un tenedor descuidado. Su madre se la estaba llevando a la boca, mientras el insecto secretaba un líquido blanquecino. Tristán reaccionó sin notarlo, corriendo hasta el lugar de su madre y golpeando con fuerza el tenedor, que repiqueteó en el piso con un ruido metálico mientras sus padres lo miraban anonadados.

—¡Tristán Adam Tomasini! ¡¿Qué diantres ocurre contigo?! —gritó la madre levantándose indignada.

—¡¿Has perdido el juicio?! ¡Mira que atacar a tu madre de esa forma! —bramó el padre, logrando que Tristán se encogiera antes de comenzar a buscar con frenesí el asqueroso insecto que su madre casi ingiere.

—La cucaracha, madre. Ibas a comerla —dijo el adolescente con voz queda, al tiempo que una empleada alcanzaba el cubierto a su madre. Un trozo de tostada se encontraba en la punta de los dientes del utensilio.

—¿Una cucaracha? ¿En mi casa? Tonterías, muchacho. Debiste imaginarlo —dijo su padre más calmado al ver como su hijo movía las manos nervioso. El hombre odiaba que su muchacho hiciera eso.

—Tal vez, debe tener razón, señor Tomasini. Me retiraré a mi habitación, lamento causarle ese incordio señora Tomasini, debí ver la margarina en la tostada y... me retiraré.

Tristán se retiró entre gestos corteses y palabras avergonzadas, pero la verdad es que estaba bastante sorprendido. Y asustado.

¿Una cucaracha insertada en el tenedor de su madre? ¿Estaba loco? Eso era casi tan loco como confundir a un perro muerto con un hombre. Casi corrió a su habitación y cerró la puerta despacio, en su casa no estaban permitidos los portazos. Allí, en la tranquilidad de una habitación de colores verdes y dorados, jamás había encontrado tanta paz como en ese momento. La imagen en el espejo le devolvía la visión de un chico pálido y asustado, con las manos temblando y la respiración temblorosa. Sentía un horripilante zumbido en la cabeza, pero no le dolía, solo sonaba.

Al su imagen no devolverle ni una pizca de la normalidad que necesitaba, Tristán dirigió la mirada hacia la pequeña imagen en el borde del marco. Normalidad era lo que esa chica no era, pero al menos tenía una sonrisa tranquilizadora, o así la recordaba Tristán.

—Staphina —tanteó con los labios la pronunciación de tan particular nombre. La primera de muchas veces que eso pasaría.

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(1993)

—Solo, se convirtió en costumbre —repitió Tristán.

—¿En costumbre? —volvió a preguntar el doctor Lobezno, o así había decidido apodarlo Tristán por su increíble parecido por el personaje.

Tristán //Enfermiza obsesión Where stories live. Discover now