La muerte silenciosa

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1999

Tristán se había negado a hablar con nadie. Ni enfermeros, ni doctores, ni psicólogos. Hacía cuatro días que la desaparición de Sheila era oficial y Staphina volvía a ser su sombra. Él no sabía si la había extrañado o no, solo podía alegrarse de volver a verla.

Al quinto día, un oficial de policía apareció. Iba solo, Tristán siempre pensó que los policías andaban de a dos, y llevaba un arma en el cinturón. ¿Venía a interrogarlo? ¿Los pacientes psiquiátricos podían ser interrogados? Él no estaba seguro, pero de todas formas lo esperó sentado en su cama a que se acomodara en la silla de la esquina de su habitación.

—Tristán Tomasini, soy el oficial Galván, ¿puedo hacerte algunas preguntas? —preguntó el hombre al presentarse.

Muchos psicólogos habían desaparecido en el tiempo que Tristán había comenzado a ser tratado, nunca lo habían interrogado. Así que, lo primero que pensó es que no le preguntaría por eso, debía de ser otra cosa.

—Claro, oficial Galván, solo si yo puedo preguntarle cosas a usted a cambio. Y debe responderlas —negoció Tristán.

—Por supuesto, no veo porqué no. Dígame, ¿qué puede decirme de Sheila Michelis?

Tristán miró los ojos del oficial, eran de un tono entre marrón y verde, como una selva y su cabello, tapado en su mayoría con un gorro de oficial, asomaba color caoba. Tristán lo había visto antes, no recordaba dónde.

—Puedo decirle que era una chica maravillosa, con una capacidad increíble de escucha y una voz tranquilizante...

—¿Era? ¿Quiere decir que ya no es? —preguntó el hombre, preocupado.

—Ah, ah, ah, oficial, es mi turno de preguntar —dijo Tristán moviendo la cabeza hacia los lados; le divertía jugar dentro de sus propias reglas —. ¿Qué puede decirme usted de Sheila Michelis?

Alzó las cejas esperando una respuesta y el oficial tensó la boca.

—Puedo decirle que lleva desaparecida desde hace más de seis días y, Tristán, usted es posiblemente la última persona que la vio con vida. ¿Por qué se refirió a ella en pasado?

—Oficial, no le voy a mentir, una maldición me rodea desde hace años: todos mis psicólogos muren o desaparecen por extrañas circunstancias y no se vuelve a saber de ellos. Es terrible convivir con una carga así, pero es la verdad y no son delirios de esquizofrenia si eso se pregunta —respondió. Tristán había decidido sincerarse con este hombre que parecía agotado y triste—. Ahora, ¿por qué está usted tan triste?

—¿Te parece si hago todas mis preguntas y tú las respondes y luego tú me haces tus preguntas...?

—No. No me parece.

Tristán se cruzó de brazos, cerrado en banda, mientras el oficial se preguntaba si este hombre estaba dispuesto a ayudar o si en realidad estaba cometiendo él mismo una locura. Sus compañeros de trabajo le advirtieron que no tenía sentido entrevistar a alguien en los límites de la cordura y la demencia, pero él creía de forma firme que todos tenían algo que decir y derecho a decirlo.

—Estoy triste porque hace no mucho murió mi abuela, era muy muy mayor, pero de todas formas fue sorpresivo. ¿Por qué la señorita Michelis venía a verlo aun luego de que su tutor le indicara que no?

—Ya sé de donde lo conozco. Fui al funeral de su abuela, lamento su pérdida. —El oficial lo miró confundido mientras Tristán se paraba, palmeaba su hombro y volvía a sentarse —. Venía a verme porque creía que podía salvarme, creía que había oportunidad para mí, se estaba enamorando de mí, ¿puede creerlo? ¿Una chica tan linda enamorada de un loco como yo? Eso sí es una locura.

Tristán //Enfermiza obsesión Where stories live. Discover now