El perico que no podía decir Tristán

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1982

El menor de los Tomasini había dormido hasta el almuerzo, cuando Zamara lo había despertado tirando agua fría sobre su rostro, quería ser un poco cruel porque el chico la había preocupado demasiado.

Luego de comer hasta saciarse había decidido salir al patio para disfrutar del sol. El patio de la residencia Tomasini era tan grande que parecía un campo. Hermosas flores, fuentes decorativas, una piscina enorme que se encontraba aún vacía, bonitos árboles que daban un poco de sombra en los días abrasadores de verano. Era un lugar hermoso y tranquilo, y Tristán aprovechaba esa tranquilidad para recostarse en el pulcro césped y dormitar un poco más.

O esa era su intención, hasta que el perico de los vecinos comenzó a chillar.

Podría haberse movido un poco, hasta no oírlo, pero le daba pereza y realmente quería hacer algo con ese loro infernal.

Al pasar los segundos y notar que no se callaba se acercó a la casa vecina. Un muro lindero que le llegaba a la cintura y arbustos de casi dos metros separaban las casas, él espió entre las ramas hasta que vio el periquito, ¿o era un loro?

Seguro de que estaba despejado y que Zamara no saldría al patio a verificar por él en un tiempo considerable, decidió adentrarse en la casa vecina y darle un buen susto al perico.

Casi en lo más profundo del patio, llegando al linde con la otra mansión del fondo, había un hueco entre los arbustos. Tristán lo había descubierto hacía años, pero nunca le había interesado, solo sabía que estaba allí. Por eso ese día lo aprovechó para pasar a la casa vecina.

No estaba seguro de quienes vivían ahí exactamente, solo sabía que tenían una mascota insoportable, por lo que sin darle vueltas al asunto, y con un creciente dolor de cabeza a causa de los molestos ruidos del animal, se acercó a la jaula.

El perico pareció hacer silencio al ver al chico que se acercaba, lo miraba y movía un poco las alas, esperando.

Tristán, al verlo, consideró que no era un animal tan despreciable, solo un poco ruidoso.

—Tristán —dijo el chico al recordar que estos animales podían repetir palabras.

El loro lo miró en silencio.

—Tristán —repitió con paciencia él.

El loro hizo algunos sonidos inconformes.

—Di Tristán, maldito loro —pidió el chico frustrado.

El loro chilló, sin emitir una sílaba entendible.

Tristán rugió en respuesta, mientras solo pensaba: "mátalo, mátalo, mátalo". No seguro de donde venía esa arrolladora necesidad, abrió la jaula, metiendo la mano casi sin notarlo y, no sin cierta dificultad, tomó al perico entre sus dedos.

Viendo sin ver en verdad llevó al perico hasta frente a su rostro y, abriendo la boca, metió la cabeza de este entre sus dientes. Apretó con fuerza hasta sentir la sangre mezclarse con las plumas y luego tiró del cuerpo del animal, hasta mantener parte de su cabeza en su boca.

Escupió plumas, huesos y sangre en el suelo de los vecinos y depositó el cuerpo inerte en la jaula.

El grito que oyó a su espalda lo hizo recordar que los vecinos tenían una hija pequeña.

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(1999)

—Y, ¿qué hizo la niña? —preguntó la casi psicóloga anotándolo todo.

—Se puso a llorar y gritar hasta que su madre llegó, no fue hasta que la señora me tomó de los hombros que reaccioné realmente. Fue bastante gracioso ver el periquito muerto y todos desesperados, cuando les expliqué que quería que dijera mi nombre me reí. ¡Qué locura había pensado! ¿No? Bueno, ahora, dado que estoy en un loquero encerrado, no tiene gracia decirlo.

Tristán //Enfermiza obsesión Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin