La mentira revelada

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(1999)

Tristán estaba hablando. Adoraba conversar y contar viejas anécdotas de su vida.

—Entonces, el enfermero le comunicó al doctor que no había tomado las pastillas desde hacía casi dos semanas y que me encontraba incluso mejor que el mismo día que llegué. No pude evitar reír al ver el rostro del psiquiatra. Mi psicólogo de ese entonces le dijo que tal vez se debía a la sensación de falso control sobre mí. Claro que me reí aún más, porque ambos tenían, literalmente, el aspecto de dos payasos siniestros discutiendo. Esa noche me dormí con nuevas medicinas en mi cuerpo.

Sheila lo miraba embobada. Casi podía decir que el hombre frente a ella era solo un simple comediante, o una persona que había visto tanto en la vida que era demasiado peculiar. Pero no podía engañarse, estaba frente a un paciente psiquiátrico, frente a un asesino. Un asesino que le daba una inmensa pena.

Pero cuando miraba los ojos de ese hombre, turbios por la demencia y brillantes por el frenesí de la no medicación, solo podía pensar en que deseaba oírlo hablar por horas enteras.

Tristán sonreía, al parecer le había hecho una pregunta a la estudiante y ella no se había percatado.

—Disculpa, estaba distraída, ¿qué has dicho?

—Te estaba preguntando sobre lo que te ha dicho tu nuevo profesor de cátedra, parece un buen tipo —aclaró Tristán con paciencia mientras movía los dedos sobre su regazo.

Estaban en el patio, bajo un árbol protegiéndose del duro sol del verano. Solo un par de pacientes había decidido salir al demencial calor del parque recreacional. Una silla vacía y otra ocupada estaban bajo ese árbol; Tristán había preferido el suelo cubierto de hierba.

—Bien, muy bien. ¿Ha venido a hablar contigo? —cuestionó Sheila con aspecto ansioso.

—Sí, vino a presentarse...

Tristán se puso de pie sin dificultades. Esos días, en los que el nuevo psicólogo había aconsejado quitar la medicación al psiquiatra, el cual lo había aprobado para que pudiera tratar la forma "cruda y dura" de la enfermedad, Tristán estaba inquieto. Así que para liberar un poco de energía comenzó a caminar por el círculo de sombra; además intentaba alejarse de los susurros de la hierba, pero prefería no decir eso en voz alta.

—¿Le dijiste que vengo a verte? —preguntó ella mirando sus uñas distraída.

Ese gesto no le pasó desapercibido a Tristán. ¿Qué ocultaba su querida Sheila?

—No se lo diré, no te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. Si él se entera será por los enfermeros. ¿Sabes la de rumores que circulan entre ellos? Yo si sé. Siempre termino enterándome de todo. Roger se está acostando con Dalila y Samir, al mismo tiempo. ¿Puedes creerlo?

—No es ningún secreto...

—Querida, he tenido decenas de psicólogos, sé como funciona —dijo él, sabiendo que ella no se refería a las relaciones sexuales de los pacientes del centro—. Si el nuevo profesor no te designó a que continuaras visitándome, y sé que no lo hizo, no deberías estar haciéndolo. Pero me caes bien, por eso te diré un secreto.

Sheila miró al hombre que tenía delante de ella. Era tan inteligente como observador, lo cual era peligroso y perturbador a la vez.

—Claro, puedes contarme lo que sea —dijo luego de un suspiro la joven aprendiz.

—No tienes que decirle a nadie, porque en realidad no estás aquí, para los demás esta conversación nunca tuvo lugar.

Ella asintió, sin llegar a prometer nada.

Tristán //Enfermiza obsesión Where stories live. Discover now