Capítulo X: Tregua

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Zuko se detuvo en el dintel de la puerta. De espaldas a ella, caviló en la respuesta. ¿Cómo él la veía? Se giró para mirarla y vio cómo la maestra agua lo observaba atenta y expectante. Se quedó hipnotizado mirando esos ojos por varios segundos. Tenía los ojos abiertos de par en par, tan maravillosamente azules que un hombre tendría que haber sido de piedra para no mover montañas por ella. Se recriminó por ese estúpido pensamiento.

La vio morderse nerviosamente un labio y se tensó. Diablos, esa chica era muy astuta. No cabía dudas que sabía cómo jugar con los nervios de un hombre. Ninguna mujer hacía lo que ella hacía sin saberse atractiva para el género masculino.

-¿A qué juegas? –Le espetó Zuko, brusco. Él no estaba dispuesto a caer a sus pies como el tonto maestro tierra, dispuesto a seguirla como un perro.

Ahora la mirada de Katara expresó confusión.

-Yo no juego a nada... -Dijo mientras le desviaba la mirada, avergonzada.

Zuko se preguntó si a lo mejor había errado en su observación. ¿Y si en realidad esa chica no tenía idea del efecto que tenía en los hombres? ¿Y si ignoraba el hecho de que la forma en que lo miraba y esa manera desquiciante de morderse el labio era suficiente para provocar a cualquiera?

A cualquiera menos a él, por supuesto. Sobre él, ella tenía un nulo efecto, se convenció.

-Yo te veo como una insufrible maestra agua. No sé qué más quieres que te diga –Pronunció Zuko mientras se encogía de hombros, quitándole importancia al asunto. Si ella esperaba que él le dijera cuán atractiva la encontraba, estaba perdiendo su tiempo. Él no estaba ahí para andar elevándole el ego a nadie. Mucho menos a esa maestra agua, quien ya tenía a otro tonto para esa función. Y también al Avatar.

Katara se dio la vuelta y decidió seguir cocinando. Era una tonta. ¿Cómo se le había ocurrido hacerle una pregunta como esa? Estaba más que claro que él pensaba que era una persona fastidiosa. Y ella no podía negar que su comportamiento no era el mejor cuando se trababa de estar con él por más de diez segundos. Pero ¿por qué el chico pensaba que ella estaba jugando? No entendía. Tampoco lograba comprender por qué él se le quedaba mirando a los ojos de una forma que le hacía arder las mejillas.

-Gracias por la conversación. Ha sido muy... iluminadora –comentó irónica ella, decidiendo pasar por alto lo último que Zuko había dicho.-. Pero si no te importa, seguiré con lo mío. Haru debe estar esperando que le lleve el postre que le prometí.

-Claro, claro. No hagas esperar al bueno de Haru –Dijo Zuko, molesto sin saber por qué. Comenzó a alejarse camino a su habitación cuando escuchó que ella murmuraba lo suficientemente alto para que él escuchara:

-Oh, sí que es muy bueno Haru...

Se detuvo en seco. Algo en su estómago le estaba punzando.

-Me alegro que sea bueno –mintió-, veamos si con más sesiones de masajes logra ablandarte y me termines cocinando algo a mi también.

Katara paró de hacer lo que estaba haciendo por unos segundos. No se había dado cuenta que él los había visto. Bueno, no habían hecho nada malo tampoco. No tenía por qué sentirse avergonzada o culpable.

-Yo creo que el que necesita un masaje es más bien otra persona –Katara lo miró por sobre su hombro, seria. Lo veía algo tenso y sus comentarios sonaban como... como si le estuviera reprochando algo. Pero no. Debía ser su imaginación. Así hablaba siempre ese príncipe, con un tono amargado y frío.

-¿Te estás ofreciendo? –Preguntó Zuko en voz baja e insinuante, pero ocultando la sorpresa. ¿Había sido una indirecta o él estaba malinterpretando las cosas?

No todo es lo que pareceWhere stories live. Discover now