3: Una mala sorpresa

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El lunes estoy tan feliz que no paro de sonreírle a Megan mientras maneja el auto para ir a la editorial. A nuestro trabajo.

Hace años cuando ambas terminamos nuestros estudios siempre tuvimos el sueño de trabajar juntas, pero la suerte no estuvo de nuestro lado. Yo fui contratada en la editorial Plume y Megan, en Coleman. Lo mío fue gracias a Devan, mi novio en ese entonces, y lo de mi hermana fue todo mérito suyo. Ahora que estamos a punto de cumplir nuestro sueño de trabajar juntas, no puedo más que agradecerle a ella por todo. No solo por ayudarme a conseguir trabajo en su editorial, sino también por aguantarme. La vez que dejé nuestro departamento años atrás para irme a vivir con Devan, fue ella quien se mostró reacia, pero aun así me apoyó. Jamás me juzgó o criticó y mucho menos me dijo «te lo dije» al volver. Me aceptó sin más y con los brazos abiertos.

Me aferro a mi bolso cuando Megan se dirige al edificio de la editorial y muestra su identificación. El señor de seguridad nos deja pasar al estacionamiento subterráneo del lugar sonriéndonos cortésmente. Una vez que Megan encuentra sitio y estaciona el auto, bajamos de él y nos dirigimos al ascensor. Solo un par de personas están esperando allí.

—Al jefe le gusta que llegue temprano —susurra en voz baja, ya que el reducido espacio del ascensor hace que las voces se intensifiquen como si fuera un eco en la montaña—. Así puedo irme antes si así lo deseo.

Lo entiendo. Le doy un breve asentimiento porque sé de lo que habla. Eso de llegar temprano e irte temprano no es un tabú en este tipo de trabajos. Y más cuando puedes llevarte el trabajo a casa, en este caso, manuscritos.

Cuando el ascensor marca el décimo piso, el ascensor está tan atestado que tengo que empujar a las personas para salir. Megan me da un ligero empujoncito y así llegamos a las puertas de vidrio de Coleman. En letras grandes y negras está el nombre de la editorial, debajo lo acompaña el símbolo «C» con una «E» incrustada, entrelazándose.

Sonrió al ver lo elegante y minimalista que se ve la editorial desde aquí.

Megan se me adelanta y abre la puerta de vidrio que parece dividir este mundo de afuera del que está adentro. Desde aquí se ve la gran cantidad de personas que hay, todas trabajando en lo suyo. Me preparo mentalmente para no arruinar esta pequeña entrevista con los jefes, suspirando para soltar todo el nerviosismo que quiere manejarme.

Los tacones altísimos que llevo son gracias a Megan. Son los mismos que utilicé el viernes pasado para follar con el desconocido. Son mis favoritos, y me los he vuelto a poner para este día por insistencia de Megan. Mi hermana dijo que la primera impresión cuenta, y yo quiero sobresalir. Quiero que me den el puesto que sé que merezco. A pesar de que ya lo tengo.

He vivido varios años de mi vida pensando que vivía para hacer otra cosa totalmente opuesta a la que me gusta. He estado tan engañada que por fin siento que vale la pena arriesgarse en lograr lo que uno quiere.

Sigo a Meg por el pasillo escapando de los ojos curiosos, con la mirada puesta al frente y la frente en alto. Camino detrás de ella mientras me guía hasta las dos puertas de madera que hay al fondo de esta gran oficina. Justo afuera de estas, hay un pequeño escritorio desocupado. Y las puertas están frente a frente, lo que supongo que corresponden a los jefes de Megan.

Mi hermana toca la puerta de la izquierda, al mismo tiempo que gira la cabeza y me da un guiño de ojos, y una gran sonrisa alentándome.

En ese instante la puerta se abre. Megan retrocede hasta ponerse a mi lado y yo inspiro.

No puede ser.

Abro la boca, pero nada sale de ella. El jefe de Megan, quien ha abierto la puerta, me mira con absoluto horror. Él sabe tan bien como yo que esto no debería estar pasando.

Entre las sábanas | EN FÍSICOWhere stories live. Discover now