40: Revelaciones

54.2K 3.2K 547
                                    

Al cuarto día de estar en Long Beach decido quedarme aquí por siempre, aunque solo podemos estar dos días más. El tiempo se me ha hecho tan eterno junto a Baxter que es como si hubiéramos estado aquí mucho más que cuatro días.

Por las mañanas hacemos lo mismo, despertamos y desayunamos en el restaurante frente al mar. Al mediodía nos metemos al mar y pasamos gran parte de la tarde en la playa. Por la noche volvemos a nuestra habitación y tenemos todo el tiempo del mundo para disfrutar del otro. Al amanecer volvemos a hacer lo mismo, y en cuatro días nuestra rutina ya está marcada.

Esta vez decidimos pasar más tiempo en la playa, porque al día siguiente será nuestro último día y aunque no queremos irnos de aquí el deber nos llama. No podemos seguir escapando de la realidad.

El sol se pone y el atardecer nos baña con su luz naranja. En el mar hay una franja de ese color que hace que el océano se vea rojo gracias al reflejo que da directamente sobre el agua. Me echo sobre la tumbona en la arena, al lado de Baxter, y sonrío. Su piel naturalmente bronceada ahora mismo está roja por haber pasado todos estos días bajo el sol. A pesar de haberle aplicado bloqueador solar, y él a mí, nada ha impedido que nos tostemos como dos calamares en estos pocos días.

—Ven aquí —susurra cuando estoy por taparme. El sol está por ocultarse, es momento de irnos, como lo hemos estado haciendo desde que llegamos. Luego iremos a bañarnos y a cenar.

—Oye —murmuro tendiéndome a su lado cuando me hace espacio en su tumbona, como no es tan grande quedo con las piernas sobre las suyas y mi brazo aplastado contra el suyo. Mis senos también están despachurrados contra su pecho.

Sonríe. Coge un mechón suelto de mi cabello y me lo coloca tras la oreja.

—¿Estás feliz?

Su pregunta me hace sonreír.

—Claro que sí. ¿Tú, lo estás? —Inclino la cabeza—. ¿Y a qué se debe esa pregunta?

Mira un momento el atardecer ante nosotros.

—Sí, lo estoy, pero estos días se me han hecho eternos y quiero que siga así. No quiero volver a la realidad, pero mañana tenemos que volver.

Hago puchero.

—Ni me lo recuerdes. —Entierro mi rostro en su cuello, cuando hablo, mi voz sale amortiguada—. ¿Crees que podamos vivir aquí por siempre? No es necesario volver al trabajo mañana, ¿no crees? Y como tú eres el jefe podemos estar de vacaciones para siempre. ¿Qué dices?

Se ríe.

—Me encantaría pasarme toda una vida aquí contigo, pero tenemos que volver, no podemos desaparecer por siempre.

—Ojalá pudiéramos.

¡Zas!

Mi trasero recibe un golpe con la palma de su mano. Me alejo sorprendida.

—No te me pongas melancólica —dice con voz de mando, pero la sonrisa de lado en sus labios delata su diversión. Quiero empujarlo de la tumbona, pero lo cierto es que ese azote me calentó en vez de enfurecerme. Mi trasero arde por el golpe y mi rostro también, pero de vergüenza, por las pocas personas de la playa privada que han tenido que observar eso. Baxter no se fija en nadie, solo en mí. Soba mi trasero con mimo mientras los niveles de calor en mi piel aumentan—. Hoy es nuestra última noche y hay que disfrutarla al máximo. ¿Qué tal si cenamos en el restaurante del hotel?

Entre las sábanas | EN FÍSICOWhere stories live. Discover now