CAPÍTULO 20

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Tal vez, la decisión de papá había sido la gota que colmó el vaso. La rabia y angustia que me invadían sobrepasaban la situación.

Tal vez, llevaba varios años intentando tapar mis sentimientos hacia mi padre y su actitud por fin me había cansado y ya no los podía ocultar más.

Lo cierto es que la historia se repetía una y otra vez. Siempre terminaba sintiéndome sola y abandonada. En verdad, no era una percepción, era una realidad. Siempre terminaba sola.

Llegué de madrugada y luego de dormir un par de horas, me descubrí perdida en aquella gran casa de la que ahora era la única habitante.

Me encerré en el playroom y decidí descargar mi ira en la pintura. Montones de bocetos oscuros y de trazos fuertes comenzaron a emerger, casi con autonomía propia. De pronto me descubrí pintando aquellos ojos que extrañaba, que necesitaba ver para llenarme de paz.

Necesitaba compartir mi dolor, necesitaba compartirlo con Mariano.

Entonces decidí escribirle un mail. Más de una hora estuve frente a la computadora, vomitando mis sentimientos. A pesar de nuestra separación, sabía que nadie mejor que él me entendería, y sabía que recibiría a cambio las palabras que necesitaba escuchar. Pero cuando estaba a punto de oprimir el botón para enviar el mensaje, un nuevo pensamiento me atrapó.

¿Pedir consuelo a Mariano por sentirme abandonada? ¿Justo a él? El Mariano del otro lado de la computadora no era el que diría las palabras que quería escuchar. Era quien me había rechazado y negado su amor.

Esta reflexión me dejó aún más abatida, más perdida. Salí de casa sin rumbo fijo, buscando algo... o alguien.

Necesitaba aplacar mi ánimo, ordenar mis ideas, desterrar esa sensación de vacío que me había invadido. Caminé abstraída hasta que llegué a Recoleta y sin pensarlo me tiré en mi querida barranca verde que tantas veces me había servido de refugio.

Comencé a repasar mis sentimientos, mis afectos, mis deseos... hasta que sentí una sombra que alejaba el calor de mi rostro.

Por mucho tiempo me pregunté a qué atribuirle aquel encuentro. Casualidad, destino, conexión... no lo sé, pero sí sé que los hechos no suceden en vano.

-¿Florencia? -antes de abrir mis ojos supe que era Francisco. Me incorporé y le sonreí.

-¿Qué hacés acá? -le pregunté realmente sorprendida.

-Nada, vine al centro cultural a mirar una muestra y después me dieron ganas de pasear. ¿Qué haces vos acá? Pensé que estabas en Mar del Plata.

Reí antes de contestarle. Si supiera por qué no estaba en Mar del Plata, pensé. Pero sólo le comenté que me había peleado con mi padre. Supuse que con aquello quedaría satisfecho y que pronto se despediría, sin embargo, se mostró interesado.

-No tengo nada importante que hacer, ¿querés que vayamos a tomar algo por acá y me contás de la pelea? -y luego de observarme agregó- porque me parece que no tenés buena cara.

Lo medité unos segundos, en realidad nunca habíamos tenido una charla en serio con Francisco, pero por algo estaba allí, por algo me había ofrecido hablar. Y pensándolo bien, Francisco era una de las pocas personas que me exigía cierta cordura. Seguramente su visión sería interesante.

Acepté su invitación y pronto nos instalamos en un bar. Y aunque normalmente me habría sentido intimidada o irritada al compartir una charla con Francisco, en aquel momento confesarme con él fue muy natural.

Tal Vez, la historia de mi vidaWhere stories live. Discover now