CAPÍTULO 27

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Luego del gran alboroto, volvió la calma. Una vez que la casa quedó remodelada y que Naty terminó con su mudanza, la casa quedó vacía y silenciosa.

Cuando Natalia se despidió para irse a trabajar, me encontré sola y perdida. Recorrí cada rincón de mi casa intentando encontrar algo en qué pasar mi tiempo, pero no hallé nada. Subí al playroom y me encontré con el caballete y ese cuadro que estaba allí desde aquel día y me invadieron los recuerdos. Recuerdos tortuosos a los que no quería enfrentarme. Entonces apagué la luz y cerré aquella puerta, que por mucho tiempo no volvió a ser abierta.

Recorrí todos los canales de la televisión sin encontrar nada interesante, y aburrida fui a la cocina a prepararme algo para comer.

Mientras jugueteaba con los fideos, observé el papelito que desentonaba en el centro de mesa. Lo tomé y me abstraje mirando esos números. ¿Qué tenía que perder?, pensé, si en realidad nada quería ganar.

Llamé por teléfono y concerté una cita con la directora para el día siguiente. Cuando llegó Natalia le conté de la entrevista y ella pareció entusiasmarse mucho más que yo.

Me obligó a armar un currículum, que por cierto era bastante magro, y a elegir la ropa adecuada.

Su entusiasmo me hizo dar cuenta de mi falta de interés. En realidad esa entrevista de trabajo no me causaba ni miedo, ni nervios, ni expectativas. Mi única intención era salir de esas paredes que me llenaban de recuerdos y poder despejar mi mente de tanto dolor.

Por lo visto, la falta de entusiasmo depositado en la reunión con la directora del instituto fue favorable. Ya que me mostré suelta y tranquila y pude conversar con total naturalidad. Y esto debió agradarle a mi futura jefa, ya que esa misma tarde me confirmaron que el puesto era mío y que debía presentarme a trabajar al día siguiente.

La estructura de la institución me pareció interesante. Era un centro recreativo formado para chicos de bajos recursos, donde se dictaban distintos talleres lúdicos, artísticos y de actividades manuales. Mi función era tener espacios individuales con los chicos y servir de enlace entre los distintos profesionales que allí se desempeñaban. Y aunque no me sentía para nada calificada para el puesto, me pareció un desafío atrayente y pronto tomé real interés por el trabajo.

A medida que transcurrían los días, esa actividad iba ganando espacio en mi vida. La obsesión con el trabajo no me daba tiempo para pensar en mis sentimientos, en mis deseos y en lo vacía y sola que me sentía.

Repasando aquel tiempo, comprendo que estaba escapando de mi vida, para intentar crear otra, donde no había lugar para los sentimientos y por lo tanto, para las decepciones.

Y calculo que mi hermetismo y mi falta de interés por relacionarme me convertía en una persona atrayente, ya que la mayoría de mis compañeros de trabajo parecían interesados en mi vida. Seguramente les resultaba misteriosa. Eran pocos los momentos que compartía con ellos, y siempre trataba de mantenerme al margen de sus conversaciones, pero por lo general todo tema terminaba derivando en alguna pregunta sobre mi vida. Una pregunta que solía quedar sin respuesta. A mí no me interesaba hacer nuevos amigos, me bastaba con los que tenía. Me había hecho el firme propósito de no involucrarme afectivamente con nadie y ya bastante sufría por tener sentimientos hacia mis conocidos. Cuanta más gente quisiera más posibilidades de sufrir tendría. No, entablar nuevas relaciones no estaba en mis planes. Pero eso no se los podía explicar.

Por eso odiaba esa media hora que todas las mañanas debíamos compartir en la sala de profesores. Una media hora estipulada por la institución para fomentar el espíritu de trabajo en equipo y las buenas relaciones entre los docentes. El concepto era bueno, una media hora para tomar café y pasarla bien, para que todos luego comenzaran a trabajar con buen ánimo, pero para mí, era media hora de tortura.

Tal Vez, la historia de mi vidaWhere stories live. Discover now