CAPÍTULO 26

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Los días pasaban y la tristeza se iba arraigando en mi ser. Llegué a pensar que debería acostumbrarme a vivir con esa opresión, con ese dolor, que aunque trataba de ignorar afloraba por todos mis poros.

Me costaba estar en sociedad, interactuar con la gente me era doloroso. Me sentía agredida, hasta el roce involuntario con un peatón lo sentía como un fuerte golpe que hacía que se me escaparan algunas lágrimas.

Oscilaba entre ataques de ira y de odio, culpando a Dios por su injusticia o negando su existencia. Y por lo general terminaba descargando estos sentimientos en mis amigos. Es que estaba enfurecida, y no solo con Dios, sino con todos. Nunca había sido una persona rencorosa, pero entonces era rencor lo que sentía. Todos seguían con su vida, todos eran felices, todos menos yo. Mi vida era una gran mancha negra, sin siquiera un centímetro de luz. Y entonces comprendí que necesitaba alejarme, escaparme de este mundo tan hostil, y acepté la propuesta de mi padre.

En Mar del Plata nada me recordaba a Mariano, la gente no me conocía y me sentía más liberada. Pasaba la mayor parte del día en la playa, recostada en una reposera, leyendo libros. Esas historias llenaban todos mis pensamientos y lograban confundirse con mi realidad. Así pasé varios meses, en los que me sentí envuelta en un estado de ensoñación.

Pero aunque para mí el tiempo se había detenido el día de la muerte de Mariano, para el resto del mundo las agujas del reloj seguían girando.

Mediaba julio y aquel invierno se había instalado implacable, por ello había trasladado mis horas de lectura a la soledad de mi cuarto. Pero una llamada, rápidamente me devolvió a la realidad.

Al contestar el teléfono me encontré con la voz de Federico.

-¡Poty!... ¡Nació Luz! -su alegría me contagió.

-¡¡Te felicito!!! ¿Lola cómo está? ¿Y la bebé? -recuerdo que en aquella conversación, fue la primera vez luego de tantos meses que volví a sentir algo parecido a la alegría.

-Están las dos re bien. Pero Lola no puede hablar por doce horas porque le hicieron una cesárea. Luz es hermosa, Poty, es inexplicable lo que siento -su voz se había quebrado de la emoción.

-Mandales un beso más que grande. Yo espero poder verlos pronto -Federico me interrumpió.

-Si, Poty, queremos que vengas. Lola está desesperada por verte y queremos que conozcas a tu ahijada.

-Gracias, Fede. Te prometo que voy a hacer lo posible por ir cuanto antes -dije para tranquilizarlo, pero no estaba muy convencida de poder cumplir con esa promesa.

Luego de escuchar varios minutos su descripción sobre el parto y la belleza de su hija, por fin cortó.

Quería verlos, quería abrazar a mi amiga y compartir este momento tan importante de su vida; pero a la vez me moría de miedo por volver a Buenos Aires, a mi casa, a mis antiguos afectos, a los que había maltratado. Mucho tiempo me había parapetado en un mundo de fantasía, en un mundo que no requería que me involucrara afectivamente con nadie, en un mundo despojado de recuerdos, de abandonos. Y aunque en este mundo irreal me encontraba sola, suspendida en el tiempo y vacía de proyectos, lo sentía mucho más cómodo y placentero que el mundo real, al que conocía hostil y voraz.

Quedé varias horas junto al teléfono, debatiendo con mis pensamientos y finalmente ganó el cariño que me unía con mi amiga, quien jamás había faltado de mi lado cuando lo había necesitado. Tomé todo el valor que pude, armé una valija y partí rumbo a Buenos Aires.

Tal Vez, la historia de mi vidaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora