CAPÍTULO 32

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Llegué a Buenos Aires el día que Luz cumplía cuatro años. Apenas tuve tiempo de dejar mis valijas y casi con desesperación, corrí a casa de mis amigos para poder abrazar a mi pequeña ahijada.

Antes de entrar tuve miedo de que no me reconociera. Aunque nos comunicábamos por Internet y nos veíamos a través de una pequeña camarita, la realidad es que habíamos pasado tres años sin tener un contacto real, y no sabía si para una persona tan pequeñita, el contacto virtual tenía algún significado.

Apoyé las dos bolsas llenas de paquetes y toqué la puerta. Al abrirse, los ojos de Lola se abrieron ante tamaña sorpresa y sin decirnos palabra, nos abrazamos. Había extrañado mucho a mis afectos y reencontrarme con ellos era algo ansiado.

A lo lejos, vi que Luz espiaba curiosa intentando averiguar quién había llegado. Se acercó con recelo y pude escuchar su dulce vocecita.

-¿Vos sos Poty? -me preguntó y noté que desviaba su mirada hacia los paquetes.

-Sí, ¿te acordás de mí? -me arrodillé para quedar a su altura.

-Claro, si el otro día hablamos por la computadora -giró hacia donde estaban sus amiguitas y gritó-: ¡Llegó mi madrina!

-¿Me querés dar un beso? -le pregunté con timidez y le ofrecí mis brazos. Divertida corrió hacia mí y me estampó un beso en la mejilla. Como noté que no aguantaba más la tentación ante tantos paquetes, le conté que eran regalos de cada uno de los lugares que había visitado y uno por uno los fuimos abriendo. Una vez satisfecha, corrió nuevamente con su grupo de amiguitas.

Estaba muy feliz de volver a encontrarme con mis queridos amigos. Desgraciadamente no era el lugar ideal para tener una charla tranquila donde ponernos al día después de tanto tiempo, ya que Lola y Fede corrían de aquí para allá atendiendo a los niños y a los invitados. Pero sí pude sentarme con Natalia y Lucrecia y disfrutar de una de esas charlas que solíamos tener antes de mi partida. En mi ausencia, Lucrecia y Martín se habían casado, y sabía que estaban esperando un bebé, pero verla con la panza me emocionó. Así que pasamos largo rato charlando del niño que esperaban para el mes de septiembre. Natalia y Lucas no seguían juntos. Pero ella estaba muy enamorada del pastelero que trabajaba con ella y ya llevaban saliendo más de medio año. Ponerme al día de sus vidas me encantó, charlar con total naturalidad, como si no hubiera pasado el tiempo me tranquilizó. Noté la ausencia de Francisco, pero tenía tantas cosas de qué hablar con mis amigas que no tuve tiempo de preguntar por qué no estaba. Pero unos minutos antes de que Luz soplara las velitas, llegó. Estaba cambiado, se había cortado el pelo haciendo que sus ojos azules resaltaran aún más y tenía una barba bastante corta. Por su ropa y su maletín, supuse que venía del trabajo.

Luz se abalanzó sobre él y no lo soltó hasta que se colocó junto a la mesa, frente a la torta. Una vez sopladas las velitas, las animadoras llevaron a los niños a romper la piñata, y mientras mirábamos el espectáculo, me acerqué a Francisco. Recuerdo que en ese momento me sentí como una adolescente, noté que mis mejillas se habían ruborizado y percibí en mis piernas un pequeño temblor.

-Hola- apenas pude decir.

-Volviste -me contestó acompañando su voz con cara de resignación.

-¡Ay! ¡Qué feo sonó! –escapó de mi pensamiento.

Francisco sonrió ante mi comentario.- Perdón, ahí va de nuevo. ¡Volviste! ¿Todo bien?

- Muy bien, ¿vos?- no parecía estar muy entusiasmado con mi presencia. Mientras me hablaba, observaba los movimientos de los chicos luchando por caramelos.

Tal Vez, la historia de mi vidaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz