Capítulo 3:

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VICENZO:

De mis labios escapa un gruñido que termina convirtiéndose en jadeo cuando cometo el error de moverme. Su voz no me deja en paz aún con los analgésicos para el dolor y pastillas para dormir que me dio el doctor de La Organización, quién está forzado a guardar silencio sobre lo que vio. Al menos me cosió bien y logré mi cometido. Recibir atención por debajo de la mesa. El problema vino cuando Francesco no fue el que recibió las piedras en su ventana, sino la perra loca de su prima apuntándome con una pistola. Aprieto los puños aunque eso también me produce dolor, pero he pasado por cosas peores y esto es un cosquilleo en comparación. Sí. A mí, Vicenzo Ambrosetti, su jodido prometido, estaba apuntándome con una pistola cuando debería estar lamiendo la sangre que derramé sobre sus flores.

─No puedo creer que el hijo de Constantino vaya a morir por el corte de una navaja ─se burla el viejo guardaespaldas que siempre la acompaña cuando ve que he abierto los ojos, lo cual se siente incómodo porque mi rostro ha sido golpeado y está hinchado.

Meterme en problemas con los rusos sin un arma ha sido tachado de la lista. Jodida Silvia, la hermana de uno de los idiotas caucásicos, ¿por qué tiene que estar tan buena? Estaba follándola en un callejón cuando sus hermanos vinieron a interrumpirnos. Estaba tan borracho que los amenacé con mi pene todavía dentro de ella. Siento ganas de reír, pero no puedo hacerlo. Papá me lo advirtió. Me dijo que algo como esto no tardaría en suceder y luego tendría que empezar una guerra por culpa de mis huevos. Claramente no le hice caso, pero aprendí la lección. Ya no follaré a más putas de La Organización con sus hermanos cerca.

─Lamento decirte que no ─logro responder antes de que mis ojos se cierren de nuevo y mi cuerpo se relaje, imaginando el jadeo de alivio femenino que proviene desde algún lado de la habitación.

****

Cada centímetro de ella me disgusta. Lo alta y esbelta que es. Su cabello de tono castaño, rozando lo rubio, que recuerdo ver moverse de un lado a otro sobre su espalda desde que éramos niños y corríamos en el jardín de nuestras casas. Su piel blanca, anémica, llena de lunares claros. Sus labios rosados. Sus cejas delgadas. Su nariz perfecta, sus facciones de ángel, sus grandes ojos azul océano, sus gruesas y abundantes pestañas. Sus manos suaves, sus tobillos delgados, sus dedos delicados. Que se vista como si estuviéramos en la semana de la moda en París, no en Chicago, y parezca enorgullecerse de su herencia.

No soporto el hecho de que sea tan hermosa por fuera.

Lo odio porque casi esconde de mí la oscuridad que lleva dentro. A mí, el heredero de un imperio de sangre, que debería ser capaz de reconocerla a simple vista. Casi fui estafado por una perra. Por fortuna lo descubrí a tiempo. Recuerdo tener ocho años cuando tuve mi primer vistazo de la verdadera Arlette Cavalli, no la princesa amable y dulce que todos conocen, riéndose sobre los labios de su padre durante el funeral de su madre, mi madrina, y no haberlo olvidado jamás, convirtiéndome el único que, al parecer, se da cuenta de que el anticristo jodidamente ha llegado.

Pero en vez de lastimarla, porque no puedo hacerle daño y sobrevivir al mismo tiempo, follo chicas, rubias o morenas, bajas, bronceadas, falsas y curvilíneas. Me meto en problemas. Rompo las reglas. Juego con personas que ni siquiera debería mirar. Aprendo del negocio desde sus raíces. Obtengo una dosis de cualquier cosa que me haga olvidar que dentro de poco mi alma no me pertenecerá si no hago algo para evitarlo.

****

─Él habla dormido sobre asesinarme, asesinar al demonio antes de que sea muy tarde y se apodere de su alma, ¿y yo soy la que ha conseguido ser llamada esquizofrénica durante toda la vida?

Arlette © (Mafia Cavalli I)  EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now