Capítulo 38:

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VICENZO:

Lo primero que hago al recuperar la habilidad de moverme sin sentir que un millón de agujas se clavan en mi cabeza o ser invadido por las náuseas, teniendo como consecuencia una total pérdida del sentido del equilibrio, es tomar una larga ducha caliente. Aunque me limpié en casa de Carlo, el agua se tiñe de rojo antes de desaparecer en el desagüe. Cuando termino de restregar cada centímetro de mi piel llena de hematomas y cortes con una esponja, prestando especial atención a la cicatriz que Arlette, claramente hija de su padre, hizo en mí, como si malditamente pudiera borrarla después de tanto tiempo, envuelvo mi cintura con una toalla y regreso a mi habitación sin si quiera darle un vistazo al nuevo espejo. Ya han reemplazado el que rompí y recogido sus trozos rotos del suelo. Si tuviera intención de quedarme, también rompería este y con el que lo fueran a reemplazar hasta que se dieran cuenta de que no quiero uno.

Luego de tomar aliento mientras fumo los restos de un porro de marihuana que encuentro en el fondo de uno de mis cajones, paso una sudadera con capucha por encima de mi cabeza y cubro mis piernas con un par de vaqueros oscuros, zapatillas Nike en mis pies, antes de continuar con mis planes: recoger las cosas más importantes para mí, las que no he llevado a mi apartamento porque nunca pensé que desearía irme definitivamente del lugar en el que crecí, y ponerlas en una maleta, mi chaqueta del equipo de fútbol de San Antonio y un portarretrato con una foto dónde estoy con Penélope y mi madre junto al árbol de navidad entre ellas. Aunque no sé qué día es hoy, he estado navegando entre la consciencia y la inconsciencia por un tiempo, me doy cuenta de que todavía estamos entre semana cuando termino, bajo las escaleras y descubro que nadie más que el servicio está abajo. Penélope debe estar en la escuela. Mamá en sus clases de yoga. Papá trabajando en el restaurante.

Ni siquiera notarán que me fui.

Confiado, continúo mi camino atravesando la sala.

Me detengo ante el sonido de su tos, tos a propósito para llamar la atención.

─Vicenzo.

Me giro hacia él, asintiendo, mi mano en el pomo. No he querido otra cosa salvo ser como él desde que tengo memoria, pero ahora soy yo el que no soporta verlo. Quién se avergüenza de llamarlo padre. Todo el mundo me ha contado historias de los Ambrosetti mientras crecía y un Ambrosetti jamás se arrodillaría ante alguien más, permitiéndole hacer con su propia carne y sangre lo que quisiera. Si hay un problema, sería resuelto entre ellos, pero jamás permitiría que nadie ajeno a la familia tomara cartas en el asunto. Que le hiciera daño. 

Su tutor estaría tan decepcionado.

─Constantino.

Un destello de dolor pasa por sus ojos oscuros al escucharme llamarlo por su nombre, pero en este momento no se merece nada mejor.

─¿A dónde crees que vas, hijo? Aún estás débil.

Hijo.

Aprieto el pomo con fuerza, mis dientes chirriando. Tal vez Arlette no es la única loca aquí. Tal vez mi padre tiene algún tipo de trastorno que lo ha hecho olvidar lo que ha estado sucediendo conmigo.

─A casa.

─Esta es tu casa.

Hago una mueca, lo cual solo consigue estirar mi cicatriz y causarme ardor. No he visto mi rostro desde que Carlo me obligó a hacerlo, pero estoy seguro de que es ancha y deforme. Como relámpagos, destellos de mi madre pidiéndole al médico de La Organización arreglarla vienen a mi mente, pero también la negativa de este. Carlo le prohibió hacerlo. Cualquiera que me ayude con ella, está muerto. Además, estoy bastante seguro de que la volvería a abrir, quizás peor, si hago algo al respecto.

Arlette © (Mafia Cavalli I)  EN LIBRERÍASOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz