2: Creando lazos

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Aunque sabía de quien se trataba con tan solo escucharle, la primera reacción que tuvo Abbey fue estirar su brazo, alcanzar el bastón y hundiendo el botón principal asirlo como un arma en dirección a la voz.

David retrocedió sorprendido de un salto. 

—¡Oye! No te preocupes, soy yo, el marido de Sarah —repuso rápidamente.

—Sí, lo sé —asintió ella bajando el bastón—. Discúlpeme, es una reacción involuntaria —explicó.

—No hay problema —habló, y Abbey pudo oír que sonreía. Sí, había aprendido a distinguir la tonalidad de una voz cuando se hacía en medio de una sonrisa, aunque sonara mentira.

—Pensé que no había nadie en casa, ¿hace cuánto estaba aquí? —quiso saber.

—Lo suficiente como para verte hacer algo increíble.

Las cejas de Abbey se enarcaron. 

—Eso quiere decir...

—Desde que estabas en la cocina —completó él.

—¿Y por qué no me había hablado antes?

—Cuando estuve a punto de hacerlo, te vi sirviendo limonada sin ningún inconveniente así que decidí seguirte los pasos. Me causaste curiosidad —respondió con un toque de vergüenza en su voz, pero esta se esfumó casi al instante—. ¿Cómo lo hiciste? Quiero decir, parece que pudieras ver perfectamente —cuestionó atonito.

Abbey sonrió ante el tono de incredulidad de él. 

—Llevó once años así, ya se me facilita acostumbrarme a los nuevos espacios.

—Pues es impresionante —aseguró con admiración—. Por cierto, no nos hemos presentado formalmente —añadió y Abbey sintió como el colchón se hundía a su derecha bajo el peso del hombre—, soy David.

—Yo soy Abigail, pero todos me dicen Abbey —respondió ella.

—Es un placer Abbey. —La joven se sorprendió al sentir la mano del hombre tomar la suya con delicadeza y estrecharla en un suave contacto. Sintió ruborizarse de manera absurda—. ¿Sabes? —dijo el hombre acomodando la mano de la joven sobre la suavidad de la cama—. Me moría de ganas por conocerte.

Abbey deseó con todas sus fuerzas haber tenido su sentido de la vista para verle el rostro a David y comprobar si le decía la verdad. 

—¿En serio?

Una suave risa brotó del interior de David logrando que los oídos de la joven se deleitaran ante aquel sonido. 

—Por supuesto que sí.

—¿Por qué? —quiso saber—. ¿Sarah te ha hablado de mí? —aventuró.

David dubitó unos segundos. —Un poco, sí.

—Lo dudaste —repuso Abbey—. No te preocupes. Puedes decirme la verdad.

Un corto silencio se instaló en la habitación. 

—Está bien. —Suspiró—. En realidad, ella no habla mucho de ti. Lo hace, sí, pero...

—Ya entendí —habló Abbey riendo—. Ya te dije que no hay problema. Sarah y yo no hemos convivido tanto como sus padres hubieran querido.

—Tus padres.

—¿Cómo?

—Dijiste sus padres. Ellos también son tus padres.

Abbey asintió. 

—Lo sé. A veces simplemente lo olvido —musitó encogiéndose de hombros.

Lo esencialWhere stories live. Discover now