15: Domesticando un corazón

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Tú también me gustas David, pero estas con mi hermana y yo no puedo pasar por encima de eso...

Aunque en esos momentos Abbey se sentía más libre, mas liviana, no podía dejar de pensar en aquellas palabras.

¿Había hecho bien?

No lo sabía. Solo sabía que, por el silencio que había seguido a aquella declaración, David no se esperaba esa respuesta.

Luego de eso, Abbey se había puesto en pie, y sin decir más, había salido de la biblioteca dejando a David y a su tablero de ajedrez tras ella. Después de haber confesado aquello, Abbey requería de unos minutos a solas, y él se los había otorgado.

Era un gran hombre, no había como negarlo.

Semanas atrás, antes de tomar la decisión de aceptar la invitación de su hermana, se preguntaba qué tipo de hombre era David. Ahora que lo conocía, sabía que era un buen padre, responsable, respetuoso, amable, tierno y cálido. Más de lo que se hubiese podido imaginar. No era perfecto, eso lo tenía claro. Desde pequeña, Abbey sabía que la perfección no existía.

O bueno, quizás no en los seres humanos. Para Abbey, la naturaleza era perfecta, aunque no pudiera verla.

Suspiró y retomó la lectura. En momentos como aquellos, en los que su cabeza se desbordaba en pensamientos y su corazón se hundía en sentimientos, leer era su mejor opción de rescate.


"—No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? —volvió a preguntar el principito.

—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "

—¿Crear vínculos?

—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domésticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...

—Comienzo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado..."


—¿Puedo pasar? —La voz de Sarah le hizo mirar hacia su derecha.

—Estas dentro, ¿no?

Sarah la miró con sorpresa y se sentó en la cama. —¿Cómo lo sabes?

—Tu voz sonó demasiado cerca para estar fuera, o en la puerta —explicó encogiéndose de hombros—. De todas maneras, estás en tu casa.

—Pero no quiero molestarte...

—No te preocupes —repuso, y acompañó aquellas palabras con una sonrisa—. ¿Necesitas algo?

—Solo quería hablar un poco —dijo—. Ya sabes. Como hermanas.

Abbey estaba sorprendida, y no se preocupó en ocultarlo. —¿No estas ocupada?

—Siempre. —Sarah suspiró—. Pero no está de más despejarse un rato.

Abbey asintió de acuerdo. —Y... ¿de qué quieres hablar?

Sarah abrió la boca, pero se detuvo a medio camino. No había pensado en ello. 

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