5: Sentidos

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Ya había pasado una semana desde que Abbey llegó a la casa de la familia de su hermana en Malibu, y aunque no se arrepentía de su decisión, sí lo hacía de las pocas veces que había podido hablar con su cuñado.

Rectificó que la puerta del baño estuviera debidamente cerrada para luego dejar caer su bata y deslizarse con suavidad en la tina rebosante de espuma, el tibio tacto del agua le relajó de inmediato haciéndole soltar un suspiro de satisfacción. Cerró los ojos y se dejó inundar por la tranquilidad y la paz de aquel momento.

De pronto, y sin explicarse porque, sus pensamientos la llevaron de manera directa hasta David.

Había conversado con él solo un par de veces a solas. Normalmente, cuando estaban en el mismo salón, Sarah estaba presente. O, como había sucedido los últimos días, su cuñado había estado fuera de casa.

Recordó las incontables ocasiones en las que había imaginado como sería conocerle en persona y escuchar su voz. 

Ya lo sabía, pero quería más. 

Aunque aquello no le pareciera lo más adecuado, ahora deseaba que la promesa de amistad que el locutor le había hecho la primera vez que hablaron se hiciera realidad.

Deseaba hablar a diario con él. Conocerlo, y no quedarse solamente con la maraña de ideas que su mente se había forjado de él. Deseaba compartir opiniones y pensamientos, saber qué pasaba por la cabeza del hombre y qué razones tenía su corazón para latir cada día.

Pero no solo quería conocerlo. También quería que él la conociera. Que la escuchara y que supiera que más allá de su discapacidad, ella también tenía razones para sonreír a diario. Por ejemplo, él.

Los ojos azules se abrieron de golpe ante la intensidad de aquel pensamiento, y se riñó a si misma por eso. Estaba olvidando cosas importantes, como que él estuviera con alguien, y que ese alguien fuera precisamente su hermana.

Bufó con decepción y se encogió de hombros recordando que soñar no costaba nada, así que decidió dejar que su mente siguiera volando entre pensamientos e ideas en los que predominaba la presencia de una voz dulce y varonil, y una risa que lograba que su corazón se fundiera en la profundidad de un sentimiento desubicado.

Luego de vestirse y haber intentado peinar su desordenado cabello, decidió salir de la habitación y deambular un poco por la casa. Aun no conocía más allá de la cocina, la sala principal, el comedor y su habitación, y se había propuesto explorar un poco.

Tomó a su eterno compañero, el bastón, y luego de oprimir el botón que le hacía desplegarse caminó hacia la salida. Bajó los diecisiete escalones que ya reconocía con facilidad y se detuvo en lo que era la sala principal. El conocimiento que tenía de aquella casa se acumuló en su cabeza, y como si fuera un plano, las figuras y medidas se agolparon en su mente.

Si seguía caminando en línea recta, llegaría al rellano en donde había tres puertas: la entrada principal, la de un baño a la derecha, y la que daba al garaje interno de la casa a la izquierda.

Si caminaba a la izquierda, se toparía con la amplia sala y la pequeña esquina que, por lo que le había dicho David en una ocasión, era un minibar.

Si caminaba a la derecha, entraría a la enorme cocina que daba a otras dos estancias: el jardín interior y piscina, que aún no conocía, y al salón comedor, en el que sí había estado un par de veces. Solo le faltaba conocer el jardín y la piscina, y la parte justo detrás de las escaleras y la sala.

Decidió que quería respirar un poco de aire limpio, así que guiándose con su bastón llegó a la cocina y paso de largo por el mesón central. Su bastón se estrelló con un ruido sordo. Abbey se acercó, su brazo derecho extendido hacia al frente, hasta que se topó con una superficie lisa. La recorrió hacia los lados y luego hacia abajo encontrando una manija. Jaló, empujó... pero no se movió. Intentó corriéndola hacia un lado y funcionó.

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