32: La promesa de la ciencia

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Al día siguiente y a primera hora, David acompañó a Abbey a la cita con el doctor Wells.

Con el sol terminando de acomodarse en el cielo, tomaron el primer avión hacia Washington D.C, donde Abbey había vivido por diez años junto al matrimonio Levin y donde había sucedido la lamentable complicación de su cirugía.

Cuando llegaron al hospital universitario George Washington, el doctor Ethan Wells ya los esperaba. Contrario a lo que David imaginaba, el hombre no era avanzado en edad, sino que muy seguramente tendría sus mismos años. Además, su alta presencia imponía respeto, aunque su rostro reflejaba amabilidad.

—Es un placer verte de nuevo, Abigail —saludó abrazándola con afecto.

—Creo que, en un sentido literal, yo no podría decir lo mismo.

El doctor Wells rio ante el comentario de la joven, y luego se dirigió hacia David. —Mucho gusto, es usted el señor Larson, ¿no es así? Yo soy Ethan Wells, el oftalmólogo de Abigail.

—Así es. —Estrechó la mano del hombre—. ¿Cómo lo sabe?

—He escuchado varios de sus programas radiales, tiene una voz reconocida —explicó encogiéndose de hombros—. ¿Cómo va todo, Abigail? —preguntó dirigiéndose a la joven.

—No tengo queja, aunque sí debo decir que me sorprendió que me citara aquí y no en el MedStar —repuso haciendo referencia a la clínica en la que trabajaba el doctor.

—Bueno, eso es porque los estudios que se están llevando a cabo para la reparación del nervio óptico los están haciendo en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad George Washington, por eso estamos aquí —explicó—. ¿Qué les parece si vamos con el doctor Mason Brown? Es el encargado de la investigación.

La pareja asintió y los tres caminaron por los pasillos del hospital, Abbey siendo guiada por David mientras los sonidos y los olores le disparaban constantes imágenes a su cabeza, dándole una idea del lugar en el que se encontraba. No creía que difiriera mucho de un hospital típico, los sonidos y olores eran muy similares... Mentalmente se dijo que no debería olvidar preguntarle luego a David cómo era. 

Minutos después entraron en un amplio consultorio, que más bien parecía ser un despacho, y en el que un hombre de avanzada edad dedicaba su atención a un enorme libro. El doctor Wells les presentó, y David notó la atención con la que el hombre observaba los movimientos de Abbey.

—Doctor Brown, ¿le importaría explicarnos que es lo que se está haciendo en su investigación? —pidió Wells luego de que los tres estuvieron ubicados. La pareja sentada, y él de pie, al lado de ellos—. Abigail está interesada en saberlo.

—Por supuesto —accedió él entrelazando las manos sobre el escritorio—. Básicamente lo que mi grupo y yo hemos querido hacer es encontrar una manera de restaurar el nervio óptico, aunque suene imposible, para así ofrecer una solución a incontables problemas de ceguera relacionados con el daño de éste, como es su caso señorita Levin.

—El doctor Wells dijo que estaban obteniendo resultados positivos en las pruebas —musitó ella con interés.

—Así es. Hemos realizado diversos ensayos usando animales vertebrados con problemas en el nervio para estudiar la efectividad. Hasta el momento, los resultados son muy prometedores.

—Pero aún no lo prueban en humanos —intevino David.

El hombre asintió. —Esperábamos el permiso de la administración y de la OMS, ellos han hecho sus propias pruebas y han aceptado que estamos frente al posible tratamiento de una condición que afecta a muchas personas.

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