12: La belleza del contacto

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I'm falling for your eyes, 

but they don't know me yet. 



La primera vez que escuchó la voz de David, Abbey tenía tan solo diez años.

Aun podía ver, pero debido a su corta edad, su interés se basaba únicamente en las caricaturas e historias infantiles. En el presente se arrepentía de eso.

La biblioteca permanecía en silencio. Luego de las palabras que David le había dedicado, Abbey había decidido tocar una canción para él. Sus manos pulsaban las teclas del piano, mientras su mente vagaba en el sueño que había tenido esa mañana.

En su sueño, aunque de manera oscilatoria, imágenes de su niñez aparecían. Imágenes de una cálida mañana de primavera en la que acompañaba a mamá Rosie en la preparación de una cena especial por el cumpleaños de papá Elliot. Tan empeñada estaba en ayudar a decorar el postre, que no notó que en el televisor a sus espaldas estaban pasando un documental especial relacionado con los supervivientes del holocausto, y en el cual David aparecía como uno de los jóvenes periodistas que habían hecho las entrevistas. 

Pero solo supo que se trataba de él cuando, años después y mientras se acostumbraba a la ceguera, habían puesto a rodar la misma cinta en una de las clases de la Academia. Cuando la escuchó por primera vez, no le prestó mayor atención. Solo hasta cuando supo que aquel era -en ese entonces- el mejor amigo de su hermana, del que tanto le había escuchado hablar a su familia, fue cuando decidió ponerla de nuevo, pero ya no podría verlo, solo escucharlo. Aun así, aquella voz le invadió su cuerpo con calidez y gracia, haciéndole sentir la necesidad de seguirla escuchando. 

Sus oídos fueron testigos de la evolución de aquella voz, desde los documentales y programas que grabó en el inicio de su carrera, hasta cuando empezó como locutor. La voz de David se convirtió en su sonido favorito después del sonido del piano.

—Siempre me he preguntado cómo eres físicamente, David —repuso al terminar de interpretar la melodía—, me hago miles de imágenes en mi cabeza, pero aún no me decido por ninguna.

—¿Quieres saber cómo soy? —Aquel cambio de tema le había sorprendido, pero mucho más el saber que Abbey pensaba en él. Que en su mente se imaginaba cómo era.

—Sí. —Las mejillas de la joven se sonrojaron ante la pregunta que estaba a punto de hacer—. ¿Puedo tocarte?

David tragó saliva con dificultad. No sabía porque, pero llevaba mucho tiempo esperando escuchar aquello. Asintió, pero aun en medio de su pasmo, se reprendió por olvidar que en ese caso los gestos no servían de mucho.

—Claro. Claro que sí —respondió.

Las manos de Abbey se extendieron con inquietud, así que David las tomó con suavidad y le ayudó hasta que estas le tocaron las mejillas. Los labios de ella se curvaron levemente en una de las esquinas, y se acercó aún más, logrando que la respiración de David se entrecortara. Nunca había estado tan cerca de ella, y eso le afectó en sobremanera.

Abbey empezó a delinear el rostro de David, tal y como lo había hecho incontables veces con otras personas, en búsqueda de una imagen a la que aferrarse, pero esa vez era diferente. Esa vez quería memorizar cada cosa, por más pequeña que fuera, en su mente. Si sentir el contacto de las manos de David ya era algo que barría con sus sentimientos, el sentir su rostro le hacía saltar el corazón con júbilo. Tanto, que un ligero temblor se había apropiado de sus manos.

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