20: De ultramar y otras cosas

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Sallie dormía plácidamente aun con el murmullo de las eufóricas voces animadas en el televisor, frente al que Samuel se hallaba sentado en su pequeño sillón. La hora de las labores se había acabado y su padre le había permitido distraerse con sus caricaturas favoritas, eso sí, sin despertar a su pequeña hermana.

El resto de la casa estaba sola, y en medio de aquello, las suaves notas del piano hacían eco por cada esquina del lugar. Las puertas de la biblioteca estaban abiertas de par en par, dejando que los inertes muebles que conformaban aquel hogar también fuesen participes de la magia de la música.

David observaba absorto a la joven Abbey interpretando la melodía. Podía quedarse todo el día escuchándola, viéndole pulsar las teclas con tanta devoción, siendo testigo de la unión entre ella y aquella caja musical.

A veces se preguntaba qué pasaba por la mente de la joven cuando tocaba el piano. Por la expresión plena, pacífica y satisfecha de su rostro, podía imaginar que los mejores pensamientos cruzaban por su mente. Sin poder evitarlo, aquello le causaba cierto celo. Le gustaría imaginar que él fuera el dueño de sus pensamientos, que él fuera quien causara esa expresión en su rostro y no un instrumento. 

Sonrió ante la banalidad de sus pensamientos. Esa joven le había calado en lo más hondo de su ser, y no tenía ánimos de hacer nada para salvarse a sí mismo de aquel sentimiento.

En medio de la interpretación, la voz de Abbey se levantó sobre las notas.

—¿Hablaste con ella?

—Sí.

—¿Cómo se lo tomó?

David se sorprendió ante la tranquilidad de Abbey, quien seguía tocando el piano. —Está decidida a encontrar la manera de sacar a flote nuestra relación. —Caminó hasta llegar a su lado justo a tiempo para reconocer que aquella respuesta le había inquietado a la joven.

—¿Qué hará? —preguntó.

—Aún no lo sé.

—¿Y tú que harás?

—No hay nada que hacer. —Se sentó a su lado, le miró y luego sus ojos bajaron a las manos que seguían moviéndose sobre las teclas—. Ya te dije que las cosas con ella no están bien. Nuestra relación no fue muy sana desde el inicio, y si antes no hicimos nada para evitar que las cosas se arruinaran, creo que ya es un poco tarde.

Abbey se detuvo en medio de una nota y giró en su dirección. —Nunca es tarde.

—Tienes razón, pero en este caso, ya no hay nada que hacer.

—¿Se enojó? —quiso saber.

—No diría que se enojó, no exactamente. Creo que más bien le sorprendió y entristeció.

—No quiero ser la causante de que tu familia se acabe, David —repuso la joven con pesadumbre.

—No es tu culpa, Abbey, ¿cuántas veces debo decírtelo?

—Es inevitable no sentirme mal —musitó—. Entiéndeme. Sé que soy adoptada, pero se supone que es como si fuera mi hermana.

—Y yo lo entiendo —aseguró tomándole las manos—, pero ¿acaso no crees que es mejor solucionar esto ya a seguir en medio de una relación que no está funcionando bien? —cuestionó. Abbey cabeceó ligeramente con preocupación—. Ella cree que hay otra mujer —agregó.

Abbey palideció. —¿Qué? ¿Qué le respondiste?

—Cambié el tema —respondió David. Abbey frunció el ceño, pero no pudo evitar sentir cierto alivio.

Lo esencialWhere stories live. Discover now