7: El lugar de un cordero

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Sarah cerró la puerta tras de sí y caminó hacia el interior de la casa con agotamiento. Dejó su bolsa en uno de los muebles de la sala y buscó con la mirada algún signo de presencia.

¿Dónde estaba David?, se preguntó.

Seguro Abbey estaría encerrada en su habitación, pensó casi al mismo tiempo.

Se dispuso a subir a la segunda planta, pero entonces escuchó voces y risas provenientes de la biblioteca. Frunció el ceño y devolviéndose, caminó hasta allí con sigilo. Las puertas estaban cerradas, pero en efecto había alguien en el interior. A las voces se unieron las notas provenientes del piano de cola, así que empezó a imaginarse qué era lo que sucedía. Abrió una de las puertas y, aprovechando que no se habían enterado de su presencia, se dedicó a observar.

Su marido y su hermana estaban sentados en el banco del piano, y David intentaba, con poco éxito, aprender la melodía que Abbey le enseñaba.

—Veo que se están divirtiendo —repuso dando un paso al interior.

David se giró, al igual que Abbey, sin embargo, esta última no le miró con la misma efectividad que el locutor.

—Sarah, no te escuché llegar. —El hombre se puso de pie y la saludó con un suave beso en la mejilla. 

—¿Cómo estas Sarah? —saludó Abbey.

—Bien, gracias. Y veo que tú también. Ya se me hacía raro que no me preguntaras por el piano —repuso.

—Fui yo quien decidió mostrárselo —dijo David—. Así no se aburrirá tanto.

—Imagino que ya tocó algo para ti, ¿no? —Él asintió—. ¿Y qué te pareció?

—Tiene un talento impresionante —dijo con mal fingida emoción—. ¿La has escuchado tú?

—Hace mucho que no lo hago —respondió—. Creo que la última vez fue cuándo viajé a Washington por tu cumpleaños número quince, ¿no?

Abbey asintió. —Hace seis años.

—Pues estoy seguro de que ahora lo haces mucho mejor que en ese entonces —repuso David y volvió a dirigirse a Sarah—. Intenté mostrarle un poco de lo que sé, pero no es nada comparado a ella.

—No exageres, David —rio Abbey—, tú también lo haces bien.

—Además —intervino Sarah llegando al lado de su compañero—, tú no eres pianista. Ella sí.

—Exacto —estuvo de acuerdo la joven.

—Pero bueno, ya estoy aquí y me gustaría que me acompañaras a revisar algunas cosas que traje de la oficina —habló.

—Necesitan... ¿necesitan la biblioteca? —preguntó Abbey sintiéndose de repente fuera de lugar.

La pareja habló al tiempo.

—Sí.

—No.

Sarah miró a David. —Claro que la necesitamos. Es aquí donde revisamos todo.

—Pero podemos hacerlo en la sala —replicó él—. No tenemos por qué incomodar a Abbey.

—No se preocupen por mí —dijo la joven cerrando la tapa del piano y poniéndose de pie. David se apresuró a llegar a su lado dejando a Sarah ligeramente descolocada por su atención—. Gracias —murmuró Abbey recibiendo el bastón que el locutor le ofrecía.

A paso ligero pero cauteloso, Abbey salió de la biblioteca dejando a la pareja sola.

—Tal parece que Abigail y tú se han hecho buenos amigos —repuso Sarah mirando a su marido con quietud.

Lo esencialWhere stories live. Discover now