33: Amores como el nuestro

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Cuando Abbey y David regresaron a Texas, se encontraron con la sorpresa de que Anna y Dylan también estaban allí. Al parecer habían decidido pasar a visitar a Abbey, por lo que cuando se pusieron de pie en los escalones de la entrada de su edificio una vez el taxi que llevaba a la joven se detuvo, ellos fueron los sorprendidos al encontrarse también a David.

—Papá, no sabía que estabas aquí —dijo el joven saludándole con un abrazo y dirigiéndose luego a la joven con un rapido beso en la mejilla.

—Jimmy me dijo que estabas fuera de la ciudad, pero no me imaginé que estuvieras con Abbey —agregó Anna al tiempo que también les saludaba con un abrazo.

—Hace un par de días llegué.

—¿Y ustedes hace cuánto llegaron? —preguntó Abbey—. No me digan que los he hecho esperar...

—No te preocupes, apenas hemos llegado hoy —habló el joven mirando la pequeña maleta que su padre llevaba al hombro—. ¿Ustedes no estaban en la ciudad?

—Acabamos de llegar de Washington —respondió David.

—¿Washington? —repitió Anna mirándolos con extrañeza—. ¿Fuiste a visitar a tus padres, Abbey? 

—No, mamá Rosie y papá Elliott están en Nueva York.

—¿Y entonces? —Anna miró a su hermano en espera de una respuesta y este solo se encogió de hombros.

—¿Qué tal si les contamos con un vaso de té helado? —propuso Abbey.

—Oh, ¡eso me encantaría! —aseguró Dylan asintiendo con vehemencia—. No recordaba que Texas fuera tan caliente —agregó mientras ingresaban al edificio.

Abigail no se guardó ningún detalle de lo que había sucedido en Washington.

Tanto Dylan como Anna le inspiraban confianza, eso sin contar que el hecho de que fueran familiares de David ya les daba cierto lugar de importancia en su vida.

Ambos le habían escuchado con atención, sabiendo que aquel tema era en realidad importante, pero delicado. Imaginaban que la joven debía estar experimentando una sensación de temor y esperanza al tiempo, por lo cual le brindaron su apoyo. Aun se les hacía extraño ver como David y ella se comportaban como una pareja, pero les agradaba saberlos felices.

Anna se acercó con su vaso a la poceta de la cocina, donde Abbey lavaba los otros, y lo dejó a un lado.

—Me gusta mucho tu apartamento Abbey, es muy lindo.

—Gracias. —Sonrió mientras buscaba con su mano el vaso que la mujer acababa de llevar.

—Oh no. Yo lo haré. —En vista de las intenciones de la joven, Ann lo tomó con rapidez y se dispuso a limpiarlo.

—¿Te puedo hacer una pregunta, Anna?

—Por supuesto.

—¿Qué piensas de mi relación con David?

Anna meditó unos segundos mientras tomaba un paño y secaba el vaso. —No voy a negarte que me sorprendió mucho cuando me enteré, como tampoco voy a negarte que al inicio creía que se trataba de una locura... —respondió.

—¿Lo dices por mi ceguera?

—No. —Puso el utensilio en uno de los cajones y se giró quedando frente a la joven—. Eso no tiene nada que ver —aseguró—. Me refiero a otras cosas, como la diferencia de edades o que tu seas hermana de Sarah.

—Ah. —La expresión de la joven pareció aliviarse—. ¿Sigues pensando que se trata de una locura?

—No, ya no —respondió—. Cuando mi hermano me aseguró que las cosas con Sarah ya no tenían solución, cuando tuve la oportunidad de escucharlo hablando de ti, y ahora cuando los he visto interactuar con tanta familiaridad, puedo decir que no se trata de una locura, sino de algo sincero. —Ambas sonrieron—. Me da gusto verlos juntos y ver que están bien.

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