34: La dulce vida

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Lo que en un inicio le hubiera parecido una tarea titánica a David, pronto le pareció pan comido.

Había llegado al aeropuerto de Malibú para recoger a Abbey junto a la filarmónica, y pudo ubicarse con facilidad al ver los estuches de todas las formas que pasaban por una de las cintas de equipaje. Era imposible no reconocer los presuntos trombones, violines y flautas. 

Hombres y mujeres jóvenes y adultos recibían los estuches, y reconoció el cabello rojo y llamativo de Abbey a unos metros de él aun en medio de la gente que se aglomeraba en medio de los amplios pasillos. La joven iba enganchada del brazo de un hombre adulto y bien presentado, mientras que con su otra mano sostenía el bastón, logrando que las personas se movieran a su paso.

—Buenos días, cariño —saludó poniéndose a su lado.

Abbey se detuvo de golpe y, soltando al hombre de quien permanecía enganchada, abrazó a David con emoción contenida. Luego de que se saludaran con efusividad, la joven recuperó su lugar al lado del hombre.

—David, te presento a Amerigo Conti, el director de la orquesta —dijo aun con las mejillas arreboladas por la reciente emoción—. Amerigo, te presento a David Larson.

—Un placer conocerlo, señor Conti.

—El placer es mío, señor Larson. Colaborar para la fundación es un honor.

—El honor será para nosotros el escuchar dirigirle la filarmónica.

—Tengo entendido que el evento es en unas horas —repuso el director—, ¿vamos directamente al lugar?

—Sería lo ideal. Afuera hay unas camionetas esperando por nosotros, en el lugar disponemos de camerinos, así podrán ponerse cómodos —informó—. También hay duchas. Tengo entendido que aparte de los instrumentos traen los trajes...

—Así es.

—Bien, pues disponemos de todo el lugar para que se preparen.

Amerigo asintió conforme y se adelantó para guiar a las casi setenta personas que conformaban la filarmónica. David tomó el bastón de Abbey, guardándolo hasta que quedó como una pequeña vara, y con su mano le rodeó la cintura.

—¿Qué tal el viaje?

—Nada mal —respondió sonriendo.

Sin poder evitarlo, David se inclinó y la besó. —Me da mucho gusto verte —susurró contra sus labios. La sonrisa de la joven se amplió.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —repuso sin dejar de sonreír y David rio—. Pero puedo decir que me da mucho gusto oírte —agregó la joven.

—Y también puedes tocarme —recordó él.

Abbey rio, apretando ligeramente los antebrazos masculinos. —Eso también —asintió.

Cuando David y Abbey llegaron a la salida del aeropuerto, Amerigo con la ayuda de Jimmy ayudaba a acomodar a las personas en las camionetas, para luego salir rumbo al salón de eventos en el que se llevaría a cabo la beneficencia.



Cada año las más grandes compañías de Malibú, California se habían dedicado a organizar galas de beneficencia en favor de la población con discapacidades varias. La emisora había sido parte todos los eventos durante los últimos cinco años, aportando donaciones de valores importantes y convirtiéndose en uno de los principales auspiciadores entre los demás.

Aquel año, no sería la excepción.

Sarah caminó en dirección al escenario, donde la filarmónica terminaba de acomodarse, y pasó entre los instrumentos hasta quedar de pie ante la enorme pieza de cuerda percutida. 

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