35: Desasosiego

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Aunque Abbey intentaba persuadir los nervios que sentía en su interior, la pierna de David moviéndose bajo su mano con ansiedad no le ayudaba en nada.

Una vez más, la apretó con suavidad y el movimiento se detuvo, para reanudarse segundos después.

—Me vas a poner nerviosa, David —repuso, y como si aquellas palabras fueran la clave final para resolver un misterio, el movimiento frenó. La mano de David envolvió las suyas y el locutor se inclinó hacia ella avergonzado.

—Lo siento —musitó.

—Está bien, pero no entiendo cómo es que puedes estar nervioso si no eres tú quien va a entrar a esa sala sino yo.

—Bueno, no son nervios —corrigió—, es ansiedad.

—¿Y por qué estas ansioso? —quiso saber ella.

—Nunca me han gustado los hospitales —confesó.

—No sé cómo a alguien puede gustarle los hospitales...

David rio. —Me da gusto que estés tranquila.

—Buenos días, Abigail, señor Larson —saludó el doctor Wells llegando hasta ellos, el doctor Brown, que permanecía a su lado, también les saludó—. ¿Cómo te sientes, Abigail?

—Bien, gracias doctor —respondió—. ¿Ya esta todo listo? —preguntó—. Me gustaría salir de esto lo antes posible.

—Sí, no te preocupes. Tan solo están acomodando los últimos detalles y en unos minutos podrás entrar.

—¿Cuánto tardará la intervención? —quiso saber David.

—Normalmente se tarda veinte minutos por globo ocular, así que seguramente en menos de una hora la señorita Levin estará fuera de la sala de cirugía —respondió el doctor Brown.

—Abbey, cariño.

Las cuatro cabezas se giraron hacia donde la voz provenía, encontrándose con la pareja que acababa de llegar. Elliott y Rosie Levin abrazaron a su hija adoptiva y luego saludaron a David y al doctor Wells, quien les presentó con el otro profesional. Luego de que ambos doctores se marcharan a terminar de acomodar todo, David se puso en pie cediéndole su lugar a Rosie.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —le preguntó la mujer.

—Sí, mamá Rosie. No tengo nada que perder.

Aquella respuesta no fue suficiente para Rosie. —¿Estás segura de que no tienes nada que perder? 

Abbey sonrió. —¿Qué más podría perder? —inquirió.

—Rosie, esta es una muy buena oportunidad para Abbey —intervino Elliott apretando levemente el hombro de su esposa.

—¿Y si algo sale mal? —cuestionó subiendo el rostro hacia él y mirandole con evidente preocupación.

—No lo creo. La cirugía no es muy complicada —aseguró él.

—Pero...

—Rosie —habló David—, lo que Abbey menos necesita ahora es que estemos preocupados por esto.

—David tiene razón —apoyó Elliott.

—Está bien. —Suspiró y sonrió mientras tomaba las manos de la joven entre las suyas—. ¿Estás lista?

—Ahora lo estoy —asintió—. Mamá Rosie, papá Elliott, gracias por estar conmigo.

—No tienes que agradecernos, queremos apoyarte en este momento —dijo Elliott.

Lo esencialWhere stories live. Discover now