17: Cuando los sentimientos cambian

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Una de las palabras favoritas de Abbey era plenitud.

Pensar en plenitud significaba para ella pensar en paz, y ¿qué persona no quería tener paz? Fue por eso por lo que cuando sus manos pasearon por primera vez sobre el piano once años atrás y sintió el corazón pletórico de sentimientos engrandecedores, supo que aquella era su plenitud.

Así lo había aceptado, pero en ese momento parecía tener otra fuente de plenitud.

Aquel sentimiento que tenía cada vez que sus manos obraban una melodía, se estaba viendo igualado por el que sentía al tener sus manos entrelazadas con las de David.

—Esto no está bien. —Ya había perdido la cuenta de las veces que había dicho aquello.

Como la suave textura de la seda, la risa de David inundó sus sentidos. —¿Acaso olvidaste decir algo más? Has dicho eso más de diez veces.

Sin soltar la mano de David, se sentó sintiendo como la hamaca en la que estaba se mecía. —Es que no está bien.

—¿El qué no está bien? —preguntó David deteniendo el movimiento de la hamaca con suavidad. Él permanecía sentado en una silla de mimbre a su lado, deleitándose en la comodidad que ofrecía el estar en quietud.

—Esto, David —respondió levantando sus manos unidas.

Una sonrisa se posó en los labios masculinos. —¿Entonces por qué no me sueltas?

—Pues porque... porque... —tartamudeó y se sonrojó. David rio—, ¿por qué no me sueltas tú? —reclamó.

—Por la misma razón que tu no lo haces Abbey, porque no quiero —respondió—. Porque me gusta estar así.

La joven cabeceó ligeramente y en contra de su deseo, soltó su mano. David la miró con preocupación. —Estas con mi hermana David, pensé que lo sabías —repuso—. Esto que estamos haciendo no está bien. ¿Acaso no la quieres?

—La quiero, sí —asintió, logrando que el corazón de Abbey sintiera una ligera opresión al oír aquello—, pero nunca ha sido amor.

—¿Nunca? —repitió, enarcó una ceja—, ¿hay algo mal? —preguntó con inquietud. A pesar de todo, le preocupaba su hermana.

David hizo una mueca y cabeceó. —No exactamente.

—¿Y entonces? —Abbey esperó la respuesta, pero no llegó. Interpretó el silencio de David como inseguridad, así que extendió su mano intentando encontrar de él. Sonrió al sentir como él la encontraba y la entrelazaba de nuevo—. Puedes confiar en mí, David —aseguró.

—No es que no confíe en ti, es solo que no he hablado de esto con nadie.

—¿Por qué no?

—Porque ni siquiera pensé que fuera importante. —Abbey lo invitó a que continuara—. No sabía que, lo que sea que tengo con Sarah, ya no es suficiente. Ya no como antes.

—¿Estás seguro?

David la miró con detenimiento. —Sí. ¿Por qué lo dudas?

Las mejillas de la joven se cubrieron de rubor. —Veras... hace un par de noches escuché algo... en su habitación —repuso en medio de un murmullo, David lucía confundido en un principio, pero luego pareció comprender. Se enderezó de golpe—, y lo que escuché dejaba entrever que todo estaba bien... en mi opinión.

La vergüenza se había apoderado de David y ahora él era el que sentía el calor en su rostro. —Dios, Abbey. Siento mucho que hayas escuchado lo que sea que hayas escuchado. —Pasó su mano por el cabello, revolviéndolo—. Se suponía que no tenías por qué escuchar nada.

Lo esencialWhere stories live. Discover now