La embarcación de los recuerdos

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Miró con cierta melancolía la línea de horizonte que dejaba atrás el mundo que había sido su hogar por quince, casi dieciséis o tal vez diecisiete años. El mundo que consideraba seguro se hacía pequeño, distante, desaparecía en la línea azul que dividía el cielo y el mar... Apretó con fuerza la baranda, sintiendo el irrefrenable deseo de saltar y nadar de regreso al puerto, de ahí correr hasta su casa, encerrándose para no volver a salir.

Empezó a sentir los brazos pesados junto con una incomodidad en los dedos, tal vez causaba por la innecesaria fuerza que estaba usando para asirse del metal. Su respiración se volvió agitada, la cabeza le daba vueltas y el vértigo se acrecentaba en la boca del estómago. El vacío en su pecho se volvió insoportable en algún momento: tenía que saltar y regresar. Pero al mismo tiempo sentía que si se movía, perdería el poco equilibrio que le restaba.

Las ansias estaban llegando a un punto máximo, las palmas trasudaban...

— ¡Señor Grandchester!

Bill, el chofer, jardinero, mensajero y asistente llegó justo en el momento en que su patrón se desvanecía peligrosamente hacia el mar.

— ¡Señor Grandchester!

Volvió a llamar una vez que, jalándolo por la chaqueta, consiguió ponerlo en un sitio más seguro.

— ¡Señor Grandchester!

Empezaba a desesperarse, pues aunque lo sacudía violentamente no había respuesta.

— ¡Maldición! ¡Un médico!

La mano fría de su jefe sujetándolo por el brazo le hizo volver a mirarlo.

—Señor Grandchester...

—Estoy bien, Bill. — dijo mientras se incorporaba.

—Señor, tal vez deberíamos pedir desembarque apenas pase la patrulla naval, iremos a ver a un médico.

Terry soltó una pequeña risa despectiva.

—Ni se te ocurra siquiera mencionarle esto a Susana o a Madeleine. Bill, queda entre nosotros.

— ¡Pero Señor! Esto no es normal, lo mejor sería...

— ¡Cállate!

El muchacho retrocedió un poco atemorizado por la brusca reacción de una persona que en todo el tiempo de conocerla había demostrado ser capaz de mantenerse calmado hasta en las peores situaciones. Por ejemplo, cuando llegó una notificación notarial que informaba que había perdido cinco propiedades a causa de un corredor de bolsa estafador. O la vez en que el Director de la compañía de teatro para quién él y Susana habían trabajado durante años, murió de un infarto en el bar de un hotel durante el día libre que tenían previo a un estreno de obra.

Encogió los hombros y bajó la cabeza sin despegar la mirada del todo.

—Bill, un caballero es agradecido...

Con algo de trabajo, Terry se puso en pie y caminó a los camarotes donde seguramente su esposa estaría desempacando todo, tal como los pocos viajeros deberían estar haciendo, pues las despedidas en el puerto tenían buen rato de haber terminado. Su andar era lento y aun algo torpe a causa del mareo, así que se guiaba por las paredes.

—Pero qué ridículo...— se quejó con la voz ronca, deteniéndose un momento —Un ataque de pánico...— agregó dando el diagnóstico. Era tal vez la segunda vez que le pasaba con tal intensidad, y fuera de breves lapsos previos a obras donde fue debutante, solo podía contabilizar como semejante el día que por primera vez visitó a Eleanor tras largo tiempo de no verla.

Sus pasos cambiaron de rumbo a medida que el suelo volvía tomar consistencia bajo la suela de los zapatos.

La vida estaba llena de clichés, de escenas que se repetían constantemente cual libreto de obra. Y se suponía que él era un actor, que no debería tener problemas para salir a escena, expresar intensamente cada línea y hacer que el público creyera que era real. Se suponía que ya era todo un maestro en el arte de la interpretación, no importaba cuantas veces fuera Romeo, debía hablar con la voz llena de esperanza cuando se dirigía a Julieta, con palabras de verdadero amor, sin importar que conociera el final mejor que nadie por haberlo vivido más de cien veces en su vida. Enajenándose de la tragedia segura, explayaba su sentimientos apasionantes, siendo capaz de desesperarse con ahínco único y espontáneo cada que descubría a su Julieta muerta como la había visto tantas veces ya.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now