Dulce Candy

380 21 6
                                    

Madeleine alternaba la mirada entre el paisaje al otro lado de la baranda y el camastro a su espalda donde Terry permanecía echado de cara al sol.

—Pero que indignante —se quejó tras saber que su ausencia sobre la faz del transcontinental por dos días se debía al alcohol y su respectiva resaca.

Susana, por su parte, en su silla de ruedas permanecía al lado de su esposo entretenida con el tejido de hilo que había empezado no hacía mucho. La dama inglesa se percató de que no se le daban especialmente bien las manualidades de ese tipo, pero con todo su empeño y un hilo bastante bonito a su parecer, lo que parecía ser una bufanda o tal vez una pañoleta, tendría buena pinta al usarse, al menos si no se le hacía minuciosa inspección.

La brisa cálida del océano abordaba y se deslizaba a todos los confines del transporte agobiando a los pocos pasajeros que había, pues como en los camarotes no se podían abrir las ventanas, todos habían optado por permanecer en cubierta, improvisando algún partido de croquet entre caballeros y alguna señorita curiosa adjunta, juegos de canasta para las damas mayores que intercambiaban chismes, niños corriendo de un lado a otro angustiando a uno que otro marino que temía que resbalaran por la borda.

En medio de ese ambiente, la media hermana de Terry se sentía completamente aburrida, no conocía a absolutamente nadie de ahí. Salvo por la pareja que había ido prácticamente a secuestrar, las caras pasaban a su lado apenas saludando o ignorándola completamente, en definitiva, los americanos eran unos barbajanes malcriados.

Dejó su lugar recargada en los barrotes impecablemente blancos y se acomodó en un sillón veraniego junto a la rubia, la sirvienta le ofreció una bebida fría que ella aceptó por el pesado clima y luego de dar un sorbo, dejó escapar un suspiro que evidenciaba lo bajo de su ánimo.

—Desde donde desembarcaremos, tendremos que tomar un tren, luego otro coche y será otro día de viaje antes de llegar a la villa Grandchester —dijo por no tener otra cosa que decir.

Interrumpiendo su labor, la retirada actriz le miró tímidamente.

—Discúlpame Madeleine, pero quisiera saber. ¿No será molesto para tu madre que nos presentemos?

La rolliza morena hizo un mohín con la boca y nariz.

—Me había olvidado de hablar de ese tema. En realidad, solo mis hermanos saben que vine, Richard quería venir, pero él era apenas un bebé cuando Terruce se fue de la casa, no sabría cómo tratarlo.

—¿Y tú sí?

Por primera vez el hombre aludido pareció dar signos de vida retirándose la boina que cubría su cara para no quemarse, Susana tragó saliva temiendo que empezaran a discutir, pero la joven inglesa se limitó a rodar la vista pasando de largo cualquier comentario proveniente de su parte. Terry, sabiendo que no ganaría fastidiarla esta vez, se levantó no sin algo de trabajo. Sinceramente le sorprendía la versatilidad de Madeleine para ajustarse a su personalidad.

—Creo que mi madre te encontrará agradable Susana, y muy seguramente mi padre también, sin duda eres toda una dama de buenos modales con actitud competente. Fueras una descarriada de esas que se portan como marimachos, en definitiva ni yo misma habría permitido que vinieras. Mi madre no soporta la falta de feminidad ni la vulgaridad, como cualquier dama decente.

La rubia no supo si aquellas palabras eran un cumplido u otra cosa, tan solo sonrió y regresó la vista al tejido presintiendo que la tensión entre los hermanos se acrecentaba enormemente, con ella en medio.

—Esa vieja cerda, ¿quién se cree para juzgar la belleza de una mujer?

Susana volvió a interrumpirse temblando ligeramente.

El honor de un caballeroOnde as histórias ganham vida. Descobre agora