Muérdago en la ventana

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La sala de estar era cálida. No había gente, solo la sirvienta que le atendía, pero ya que él no necesitaba de nada realmente, la joven había optado por permanecer en un rincón, pegada a la pared con las manos enlazadas al frente y la tímida mirada escapándose para ver al hombre que ocupaba el sillón de una plaza junto a la chimenea.

Pasaron casi quince minutos antes de que el solemne silencio de la sala se rompiera con el crujido de la puerta, y los tacones resonando sobre el piso de mármol hicieran evidente que finalmente había terminado de arreglarse y bajaba a recibir a su invitado.

—Luces verdaderamente hermosa —susurró Terry adelantándose para besarla y tomarla de las manos.

—No bromees con la vanidad herida de esta anciana, Terruce.

Él dejó salir una carcajada y la estrechó entre sus brazos.

—Nunca haría algo como eso Eleanor, sabes que es verdad, si has envejecido, lo has hecho con gracia y dignidad, no cualquiera puede hacer eso.

—Es tarde, será mejor que nos demos prisa o tendremos la peor nota en la columna del diario.

—Tengo algo para ti.

Terry tomó la muñeca con elegante vestido de carnaval y se la entregó a su madre, quien sonrió dulcemente.

—Julieta —dijo de inmediato.

—Romeo y Julieta siempre será especial, en cuanto la vi, supe que te recordaría lo mismo.

Eleanor asintió quedamente y sostuvo con mucho cuidado a la pequeña réplica de una princesa veneciana, como si temiera romperla y después de mirarla la acomodó en el sillón de la sala de estar.

—Vamos.

Los dos se encaminaron por el vestíbulo, afuera una suave nevada caía, el cambio de temperatura en el trayecto de la casa al auto le causó a Terry escalofríos, el aire helado en la nuca se colaba por su espalda pese al empeño de la bufanda.

—Habrá muchos invitados esta noche ¿Estás realmente seguro de esto? —preguntó Eleanor sin mirarle, manteniendo solo la vista de su perfil apenas perturbado en la perfección de sus líneas por la presencia de unas inminentes arrugas a los costados de la boca pintaba con un sutil brillo rosado. Los ojos, también rodeados por varias líneas disimuladas con algo de maquillaje, estaban cansados, aunque expectantes, llenos de una felicidad que no había sentido en mucho tiempo.

—¿Por qué no? Creo que todo mundo lo sabe, no veo que haya algo malo.

—Has cambiado tanto, Terry. Casi siento envidia por lo ligera que es tu alma ahora.

Terry levantó la mirada encontrándose con el toldo oscuro del coche que Bill conducía a paso lento por las transitadas calles llenas de luces.

—Aún te duele —dijo ella como en suspiro.

—Pero ya no tanto. ¿Cómo pudiste vivir con eso por más de treinta años?

Eleanor se encogió de hombros.

—Amaba a tu padre, aunque siempre he sido cobarde, me daba miedo lo que dijeran mis padres, mis amigos, mis compañeros del trabajo... cuando eres así, supongo que te acostumbras.

Hubo un momento largo de silencio dentro del auto que permitió escuchar los villancicos que un coro llevaba en el portón de una gran casa completamente rodeada de pequeñas luces navideñas.

—Ha pasado un año desde que la vi por última vez. Mas o menos por estas fechas ¿Crees que me odie? —preguntó Terry de repente con los ánimos más decaídos.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now