La luz de una vida

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—Creo que soy una mala influencia.

La voz atropellada de Terry apenas era mitigada por la música de ambientación de aquel pub que habían encontrado abierto. Richard, colorado de las mejillas y orejas, asintió torpemente dejando salir una risa boba solo de imaginarse a su madre en el vano de la puerta, con las manos en la cintura y completamente roja de furia.

—Yo realmente nunca yo había hecho algo así nunca.

Terry también rio, ese pobre chico no podía ni articular una frase correctamente. Sacó su reloj, afuera el día clareaba pero no estaba del todo seguro, se le dificultó el poder enfocar los pequeños números cardinales llenos de adornos que conformaban el aparato, y dándose por vencido al no ser capaz de concretar si eran las ocho y media o las nueve con veinte, concluyo que en cualquiera de los dos casos era tarde. Tambaleante pero con más experiencia en el arte, extendió el brazo a su medio hermano para levantarlo. El dueño les dio el encuentro con lo que quedaba pendiente de la cuenta y aceptó gustoso la propina adicional que el actor había incluido deseándoles buen camino a los señores.

—Si yo me hubiera visto como tú a tu edad, cuán feliz habría sido —le comentó respecto al hecho de que ni por equivocación Richard aparentaba los quince años que tenía y por ello no le habían pedido identificación.

—Si te hubieras parecido a mí... entonces seriamos hermanos —conjeturó Richard.

Terry serpenteaba al caminar, pero más que por su propia falta de equilibrio era por tener que cargar con casi todo el peso de Richard, los transeúntes los evadían en la medida de lo que podían, la otra parte del trabajo lo hacía Terry apoyándose de las paredes y avanzando de a poco con cuidado.

—No sé si lo tuyo es un gran problema médico o un montón de problemas emocionales.

Richard reaccionó unos instantes, justo a tiempo para recargar la espalda contra el muro de un negocio aún cerrado. Le había dado hipo y por ello el estómago se le estaba revolviendo con mayor rapidez. Por su parte, su compañero se había afianzado de la reja de la puerta con los ojos bien abiertos y la expresión perpleja con matices de susto, como quien ve a un fantasma.

—Susa... Susana... Susana dijo que no estabas ¡Que vendrías solo hasta las fiestas! —el aliento se le había ido en la última palabra. La tranquilidad que lo embriagaba junto con el alcohol se esfumó al instante siendo reemplazada por un miedo estremecedor. Albert inclinó la cabeza.

—Llegaré a la villa Ardley para las fiestas, pero llegué aquí desde hace unas semanas. Tengo un departamento cerca, ahí he permanecido.

Terry volvió a entorpecer sus palabras como le ocurría en pocas ocasiones, pues aún ebrio conseguía cierta fluidez envidiable.

—Llevaba dieciséis años sobrio —fue lo primero que se le ocurrió tras el recuerdo de su última conversación y el regaño por haberlo encontrado en una situación ligeramente parecida, aunque diferente por el sentimiento.

El mayor de los tres dejó salir un suspiro resignado.

—Vengan, no se lo vas a regresar así a su madre —dijo.

Richard levantó la cara. Tal vez le conocía, pero era incapaz de dar nombre al rubio de la chaqueta café. Los pies del actor se clavaron al concreto en cuanto Albert le quitó el peso del enorme joven que llevaba.

—Candy no está, se quedó en América, ella si vendrá hasta Noche Buena.

Terry se sintió avergonzado ¿Tan evidente era su terror?

—Vamos, Terry, sé que hay mucho que hablar. Yo sabía que no me evadirías por siempre, aunque reconozco que empezaba a preguntarme si de verdad me odiabas.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now