El castillo del lago

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—Terry.

El actor no estaba dormido y ella lo sabía, ni siquiera había intentado tomarse las pastillas que había pedido a la enfermera, mismas que dentro de su empaque metálico seguían intactas en la mesa de noche junto a un vaso boca abajo y una jarra llena de agua.

Susana no obtuvo respuesta, no insistió en ello, había sido por demás deprimente y tensa la cena en la que no hubo absolutamente ningún acercamiento personal. Si ella no hubiera estado a su lado en todos esos años, podría incluso pensar que todos los fines de semana salían juntos de caza y por eso, esta reunión en particular no tenía valor o significado especial. Se llevó los cobertores hasta la altura de la barbilla sin dejar de mirarlo. Por no hacer relucir sus problemas ante la familia de él, habían decidido en mudo acuerdo compartir alcoba y lecho como no lo habían estado haciendo, esa noche de diciembre se le antojaba tan distante como las que pasaron en el hospital cuando a ella aún no le daban el alta.

Los recuerdos la embargaron, la relativa oscuridad de la habitación le permitía definir el perfil de su esposo y su sentimiento de impotencia se alojaba en la garganta, queriendo gritar, preguntar, conversar, pero al final no había más que un nudo que no dejaba salir nada. En medio del mar de cobardía que la ahogaba quiso imaginar siquiera un poco de lo que Terry sentía, pero ni siquiera sabía cuál era el frustrante hecho que no lo dejaba perdonar a su padre, guardándole un evidentemente mayor rencor a él que a la mujer que era su esposa, y quien vendría siendo realmente quien le trató mal.

Al menos por lo que sabía.

—Susana.

Abrió los ojos en cuanto le escuchó, encontrándose con los de él que la miraba fijamente.

—Ya te había dicho que Eleanor y el Duque no estaban casados cuando yo nací —dijo seriamente, tomándola por sorpresa de tal forma que pasó un trago grueso presintiendo que le soltaría de golpe todo lo que se había aguantado durante el agobiante camino a Europa.

—¿Por qué me trajo con él?

Por unos instantes ella pensó que se trataba de esas preguntas que de repente lanzaba al aire sin esperar respuesta, de las ocasiones que dialogaba consigo mismo en voz alta al no encontrar respuesta en sus pensamientos. Pero aún presintiendo eso, se animó a contestar con la ridícula esperanza de aminorar la carga de culpa que le hacía soportar al ya anciano hombre que era su padre.

—Ella jamás habría conseguido un trabajo decente. Cuidar a un hijo ella sola le habría costado todo, quizás... quizás tu padre pensó en que era lo mejor para ella.

Terry entrecerró los ojos.

Esa respuesta ya la conocía, Eleanor habría sido tachada de mujer fácil y ningún teatro la habría contratado con él a cuestas y sin el apellido de un hombre que los apoyara. Habría terminado de camarera o cantante de un bar de mala muerte, tal vez algún capo de Chicago la habría contratado como acompañante por su belleza, pero nunca nada más por ese hijo ilegítimo que cargaría.

Pero no por eso dolía menos que no volvió a existir un mísero contacto, o el mustio interés de ella por hacerle saber que del otro lado del mundo una mujer trabajaba para traer a su hijo de vuelta, o el interés de un hombre por hacer perdurar en la memoria de su hijo el recuerdo de la dama que lo trajo al mundo.

Susana se acercó con algo de dificultad besándole la frente cubierta por una fina capa de sudor pese a que la noche en realidad era fresca. Si tan solo pudiera ser ese apoyo que él necesitaba... si pudiera hacer algo más que tender su pañuelo.

—No voy a andarte con rodeos — le dijo él —. La villa Ardley se encuentra al otro lado del lago — agregó buscando que, por haber suprimido su propia angustia, la noticia no afectara de mala manera a su esposa, quien solo había emitido un monosílabo que pareció más un silbido.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now