Champagne & Limousines

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Terry avanzó despacio, evadiendo con gran maestría a los invitados que tenían por plan interceptarle para conversar. Un mesero pasaba con las copas de champagne, el brindis tendría lugar en menos de cinco minutos y él no estaba preparado para acercarse hasta donde estaba el conjunto musical y tomar el micrófono, pero eso no importaba ya. Ni siquiera se acordaba de en dónde había guardado su muy bien planificado discurso.

— ¡Albert! —llamó levantando la mano para que un grupo de hombres que se movía de lugar no lo bloqueara. Albert levantó la mirada y caminó hacia él.

—¿Terry?

—Los perdí por completo —dijo sonriendo ante un extrañado hombre que lo miraba con el gesto dubitativo.

—¿Y bien? ¿Dónde están los demás?

Albert sacudió la cabeza como no creyéndolo posible, Terry llevaba huyendo de Candy por mucho tiempo, cuando lo invitaba a cenar siempre encontraba una buena excusa para desaparecer, si por casualidad estaban por encontrarse en un restaurante o por el parque, ágilmente giraba y se retiraba con tal maestría que siempre parecía coincidencia, después solo mandaba una carta de disculpas con algún presente y todo resuelto.

—Por acá —dijo ligeramente receloso, pero al mirar el ligero temblor de las manos, tuvo lugar un poco de compasión y hasta preocupación.

—¿Aún bebes?

Terry lo negó.

—Hace frío —fue todo lo que explicó.

Albert le tomó del brazo, estaba decidido a no dejarle escapar si a última hora le daba un ataque de pánico, tarde o temprano tendría que enfrentar sus propios fantasmas.

—Aquí está, unos caballeros solicitaron su atención por un rato, pero ya nos hemos librado de ellos ¿No? —dijo Albert con el tono alegre, ligeramente tenso al sentir la rigidez de su amigo.

—Gajes del oficio... Buenas noches —saludó tímidamente

—¡Terry! —saludó animosamente Annie buscando un lugar para dejar su copa solamente por no saber qué hacer, además de mirar de reojo a Candy, que solamente sonreía...

Cuando uno imagina un reencuentro con una persona por la que se tienen tan fuertes sentimientos, se tiende a llevar las situaciones hasta los absurdos. Terry había imaginado que se encontraban a las puertas de algún teatro mientras ella subía al elegante auto de los Ardely, entonces él gritaría su nombre, ella giraría y sus miradas se encontrarían como no lo habían hecho en mucho tiempo.

La otra opción que se le ocurría, la empezó a fantasear tras la muerte de su padre un año atrás, él viejo y rendido a la desdicha de su vida, un viejo mísero y amargado, moribundo y solitario, recibiría su visita como si de un ángel se tratara. Por alguna razón en ese sueño Candy no era vieja como él, era joven como la recordaba en las escaleras del hospital, vestía su uniforme de enfermera y esa radiante sonrisa...

Sin embargo, ahí estaban, en medio de una enorme sala llena de personas que bebían alegremente, con su ex esposa en algún lugar de ahí, y el esposo de Candy justo a su derecha.

¿Abrazarla sería inapropiado?

La risa de Candy rompió su pequeña burbuja y le pinchó con un bochorno que no había sentido en mucho tiempo.

—Parece como si hubieras visto un fantasma, yo no me he muerto —dijo alegre estirando los brazos y rodeándolo en un movimiento suave y cálido.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al actor ¡Solo Dios sabía cuánto había deseado eso y por cuántos años!

El honor de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora