La verdadera historia de un amor

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Corriendo sobre las hojas caídas, levantando el vuelo de aquellas que sin rocío eran más ligeras, dejaban una estela tras su andar apresurado con el eco de los cascos irrumpiendo la tranquila madrugada en que se habían escapado para la cabalgata. Sus cabellos se agitaban con el viento frío perdiéndose entre la niebla espesa.

El color del cielo era todavía de un gris sombrío, la oscuridad que precedía al amanecer, cuando la luna empezaba a deslizar sus claros a otras partes del mundo dejando brillar algunas estrellas blancas, no sabía si el viento corría con prisa o era su propio ritmo el que inundaba su nariz con la helada corriente. Se deshizo de la bufanda, lo sofocaba y prefería dejarse llenar con el olor a cedros. Saltó la raíz de un árbol que vio a último momento, todo se encontraba aún con el manto de la niebla.

Ganar no era su prioridad, pero a medida que las ágiles zancadas del Coronel aumentaban velocidad, en su pecho la llama de la emoción se apoderaba de sus impulsos. Richard y su corcel eran enormes, sin duda debió tener problemas para encontrar algún animal que aguantara en carrera su musculosa humanidad, pero ahí estaban los dos gigantes que en un solo salto avanzaban lo que él en dos, retándolo a no quedarse detrás y él no pensaba dejar pasar la oportunidad.

Azuzó con las riendas y talones al verse ligeramente rezagado.

—Creí que si salíamos antes no nos alcanzarían —se quejó Richard con amargura.

Terry salió de su ensimismamiento competitivo girando la cabeza y siendo consciente de que los seguían al menos otros cuatro jinetes. Avanzaban rápido, los alcanzarían en unos minutos.

—¿Y ellos? —preguntó confundido.

—Mamá no me deja salir solo, dice que no es seguro, se le olvida que no soy un niño.

Casi debían gritar para escucharse.

—Eres su hijo, y serás suyo hasta que te cases —comentó Terry bromeando al respecto y volviendo a alcanzarle.

—A veces creo que ni aun así —agregó el otro.

Terry le miro moviendo la cabeza de un lado a otro, pasó un trago de saliva para tratar de aliviar su garganta reseca y fría. Luego tuvo una idea.

—¡Sígueme! —le dijo halando de las riendas, cambiando en ciento ochenta grados el curso de su carrera.

El muchacho se asustó, pensó que el actor caería cuando escuchó al caballo quejarse pero consiguió salir de su impresión inicial para hacer lo mismo no sin el mismo temor.

El Coronel empezó a cabalgar entre un camino completamente diferente, fuera del marcado con gravilla que sin duda la Duquesa habría hecho delinear para que sus hijos no tuvieran problema alguno cuando salieran a pasear. El más joven siguió a su medio hermano con algunas dificultades, mientras que los caballerangos que hacían de escolta también parecían confundidos pero no habían perdido más que un par de metros que recuperarían si se daban prisa.

Terry rió con el grito de susto del muchacho en cuanto lo vio ascender por una pendiente.

—¡Vas a matarte! ¡¿estás loco?! —pero con todo y quejas le perseguía de cerca. El caballo blanco relinchó quejándose por el trato, pero tampoco se detenía, entre saltos y zancadas llegaron a la parte alta de una loma desprovista de árboles y de ahí volvieron a correr en línea recta, internándose entre los árboles que ya no eran tantos como recordaba Terry. Se preguntó por primera vez, si había habido en ese lugar algunas batallas durante la guerra, o si cayó alguna bomba, o si hubo campamentos...

—¡Oye! ¡No te distraigas! —advirtió Richard agregando que no estaba seguro de dónde estaban, confirmando lo que Terry había sospechado sobre sus limitadas libertades de exploración en la propiedad.

El honor de un caballeroWhere stories live. Discover now