Prefacio

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Cuatro años después

Torrance

Tu vida se puede resumir a un segundo, tan solo uno, donde la realidad te llega como si un carro te chocara de frente. Puede que esté exagerando porque algunos dirán «¡Ey! No es el fin del mundo, lo que te pasa es lo más bello y natural», y estarían alabándome por mi buena suerte porque: estoy por salir de la universidad, tengo un trabajo asegurado al lado de uno de los mejores abogados del país y el novio más exitoso que cualquier mujer desearía. Lo tengo todo, me convenzo de ello, no obstante, una cosa es que sientas, justo en ese presente en el que estás, que todo se acomoda a lo que has deseado y que por una circunstancia inesperada puede que cambie tu estilo de vida idealizado.

Si, tal vez armo una tormenta en un vaso de agua, algo que antes, hace unos cinco años atrás, era típico en mí, pero no ahora que llevo tantas responsabilidades y muchas más por asumir, donde no hay tiempo para dramas por algo que sí, es natural que pasara. ¡Pero no! No puedo calmarme, aunque por fuera parezca una gárgola inamovible, mirando lo que tengo entre mis dedos con ojos incrédulos.

Golpean a la puerta, tan fuerte que doy un respingo, casi botando la prueba al fondo del retrete.

—Torr, llevas rato en ese baño. Si lo tapaste dime para ir por el destapa caño —exclama el loco al otro lado de la puerta.

Me sereno respirando hondo, cerrando los ojos. "Paz interior, necesito paz interior". Vuelvo a abrirlos, revisando ese comprobante en mi mano la cual tiembla, imperceptible, demostrando el cómo estoy por dentro. El corazón le cuesta normalizarse, sudo y las manos las siento tan frías. Bajo los párpados, colmo de aire de nuevo los pulmones y solo un pensamiento se me cruza por la cabeza "no estoy preparada".

Paso saliva, en lo que me tranquilizo recojo el bolso del suelo, tiro la prueba en el cesto de la basura y me arreglo para salir del pequeño baño.

Apenas si me echo agua en la cara, esbozando la mejor expresión relajada que puedo, pero no lo logro. Estoy tan pálida y ojerosa. Saco el maquillaje para retocarme. Apenas es medio día; tengo que volver a la firma para concretar un negocio que debe concluirse hoy.

—¡Torr, di algo que ya estoy pensando que te desmayaste ahí dentro! —exclama Tyler del otro lado de la puerta, sacándome de los pensamientos alborotados que me quieren consumir.

—¡Ya voy! Deja de gritar así que me pones los nervios de punta. Ya ni se puede cagar tranquila —reclamo, sacándole una carcajada al chico que desde que entré al baño no tuve la decencia de saludar con propiedad.

Okay, está bien, no pensé que en serio tenías tantas ganas de cagar. —Le oigo un poco más opacado a medida que se aleja—. Iré a servirte la comida.

Termino de retocarme el maquillaje y me quedo allí, ambas manos en el borde del pequeño lavamanos, con los brazos estirados, observándome en el ovalado espejo. Recorro mi rostro y no me reconozco. No digo que sea para mal el que cambiara por completo, porque me siento orgullosa de dejar atrás a la chica caótica que era. Solo que, a veces extraño tantas libertades, donde no me preocupaba por mi apariencia, por destacar, porque me reconocieran por mi talento, o de ahora, en donde la realidad me azota el pecho, verificándome que me espera otra responsabilidad mucho más grande que puede que me relegue a algo que no se me cruzó nunca por la mente.

Inhalo hondo; ya fueron muchas preocupaciones por ahora, asimilaré que no ha pasado nada, así de sencillo, hacer de cuenta que esto que se convertirá por unos meses en un secreto, será insignificante.

Guardo el maquillaje en mi bolso y salgo. Un exquisito aroma me recibe al recorrer el pasillo que lleva a la sala-comedor del módico apartamento de Ty. Me dirijo a la mesa de solo dos puestos que divide la sala con la cocina. Me siento con propiedad, detallando el exquisito platillo de pollo apanado con papas fritas que mi amigo preparó. Echo un vistazo a la cocina donde él se sirve su comida, abriendo la nevera para sacar una jarra de jugo.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now