22. Niños malcriados

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Ethan

La tarde se pronuncia con el sol en lo más alto del cielo. Es de esos días donde el calor arrasa con cada incauto que se atreva andar de ropa oscura o abrigada. Para llegar a nuestro destino, usamos el jeep de Torrance cuyo techo adecuamos para que el sol no nos diera en la piel, permitiendo que el aire corra por el vehículo.

Entre especulaciones de qué nos deparará cuando lleguemos a casa de los Ramsey, tengo presente el posible motivo de que me citaran. Días atrás me enteré por Janeth que Meredic desapareció, abandonando a Erin en el apartamento que alquilaba. Quién sabe qué hizo ella para que mi hermano se escapara de ese modo; él no es de echar todo a la suerte, prefiere quedarse callado, asumir su error o soportar regaño alguno. Que hiciera eso confirma que sufrió del excesivo control que ella ejercerse sobre los que pretende ayudar, sin percatarse que lo que hace es perjudicial.

Después de andar veinte minutos en carretera, estamos en casa de los Ramsey, que espléndida y hogareña como de costumbre, nos recibe. Torr estaciona frente al garaje aparte, nos bajamos tan pronto apaga el motor y tomados de la mano cruzamos el pórtico para tocar el timbre. Aguardando entre besos, nos abre la puerta una mujer enfundada en un vestido veraniego, con su cabello amarronado atado en una alta coleta. Nos sonríe con gentileza, saludando a Torr y luego a mí con un beso en la mejilla.

—¡Que tal, Frani! ¿Cómo has estado? —consulta Torrance al poner un pie dentro de la casa.

—¡Estoy feliz! Spencer viene en unas semanas —comenta muy emocionada.

—¡Ay! Tendré que soportarlo —rezonga Torrance, rodando los ojos, demostrando molestia. Francesca al contrario le causa gracia el comentario.

—Bueno, pasen. Víctor está en la cocina, ya casi termina de preparar la comida —anuncia, instándonos a ingresar.

—¿Dónde está Vicky? —Sonrío por la actitud de mi novia, buscando con la mirada a su hermanita. Siempre que vengo a esta casa soy ignorado por ella, siendo Victoria quien se roba toda su atención.

—Está en la piscina —responde, dándonos la espalda para ir por el pasillo que lleva al interior.

—¡¿Sola?! —El terror en la voz de Torr es palpable, en cambio yo, ya con eso confirmo quién debe estar con la pequeña.

—¡No, linda! Está con alguien, si quieres ve a ver quién es —explica Francesca despreocupada, sin volver a vernos, continuando su camino como si nada.

Torrance me echa un vistazo, ceñuda y más que desconcertada porque no tiene idea de quién sea. Con premura, se va casi a trote tras de Francesca quien dobla por una puerta a la derecha para internarse a la cocina. Sigo a mi novia que continúa de largo, llegando a la enorme puerta corrediza que dirige a la zona de la piscina.

La risa de una pequeña resalta por sobre el chapoteo del agua y las carcajadas del chico que la acompaña en su felicidad. Incrédulos, presenciamos a las dos personas sumergidas en la piscina, tan absortas en su diversión que no se dan cuenta de nuestra presencia. Torr camina a pasos lentos, boquiabierta, observando como Victoria sacude el agua, cargada en brazos de Meredic, quien parece disfrutar de pasar tiempo con la pequeña.

—A la cuenta de tres respira hondo y aguanta la respiración —menciona mi hermano. La chiquilla asiente, limpiándose la cara del agua—. Uno... Dos... ¡Tres!

Ambos dan una enorme bocanada y se aprietan la nariz con dos dedos. Él enseguida se hunde con Victoria, alertándome por eso. Es que ni yo lo haría con ella.

—¡No, espera! —exclama Torrance, horrorizada, corriendo a la piscina.

Rápido se quita los zapatos y a nada de lanzarse al agua, ambos emergen del agua, viendo alarmados a la recién llegada quien frena en seco justo al borde.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora