4. Peros mentales

530 88 54
                                    

Torrance

Estar en el hospital me trajo miedos que no pensé que tendría. Entrando por Urgencias, me atendieron a los diez minutos; teníamos ventaja de que no hubiera tanta gente esperando ser atendida y de que mi padre conociera a uno de los doctores que me dio rápido acceso a la sala de observación.

Me apabullé con tantas preguntas del doctor; en qué semana del embarazo estaba, si sufría de alguna enfermedad, si tenía adicciones, alergias y la peor de todas, si aún era sexualmente activa. Sí, todas me las hizo ¡delante de Víctor! Más avergonzada no pude estar, pero eso no era lo que me tenía considerando los horrores que me aguardaban durante la gestación de mi bebé. Lo que me dio temor fue lo que me dijo el desalmado médico al acabar la encuesta.

«Tranquila, lo peor viene después». Lo expuso despreocupado, pretendiendo ser cómico, consiguiendo que lo mirara mal. Es que cualquiera se asusta, más cuando al rato, la enfermera que toma las muestras, dice lo que más me aterró: «el dolor del parto puede durar un día, o dos, pero todo eso se pasa cuando tienes a tu bebito en brazos». Y yo, más idiota le pregunto cómo se sentía parir a un bebé: «es como si trataran de sacarte un melón por la vagina, sin contar que te cortan ahí para que pueda salir».

¡¿Cómo vergas no espantarse con eso?!

Sigo en observación, esperando los resultados de los exámenes. Todo indica deshidratación. Me pusieron suero y me monitorean. El doctor aseguró que depende de los exámenes, podría ir a casa esta misma noche.

Tumbada en la camilla, rememoro la charla con Víctor en el carro, sonriendo de media boca por su incredulidad al saber que sería abuelo. No asimilo que se comporte así conmigo, tan... paternal. Es raro, pero bonito, porque me recuerda cuando antes tenía un hogar, una madre... donde no había días grises y fríos, sino llenos de color, de amor.

Parpadeo, me arden los ojos. ¡Malditas hormonas! Desde ayer estoy sentimental, con nada lloro, incluso con pensamientos vagos de mi pasado. Sacudo la cabeza, incorporándome en la cama. Insegura, trato de imaginarme en unos meses con mi bebé en brazos y no lo consigo, mi mente queda en blanco. ¿Y si mi subconsciente sabe que no estoy preparada para ser mamá? No soy supersticiosa, pero que esté así me hace créelo. No pienso más en ello cuando un hombre aparece en la puerta de la pequeña habitación. Me acomodo al borde de la camilla; Víctor ingresa, charlando por celular.

—Ya estoy aquí con ella —comunica, al momento me pasa el celular.

Encogiéndome de hombros, con una mueca interrogante, le pregunto quién es, a lo que vocaliza sin pronunciar que es Ethan. Asustada lo advierto, negando con la cabeza. ¿Y si le dijo que estoy embarazada?

—Habla con él —murmura, tapando el auricular del aparato para que no se oiga del otro lado.

—Pero ¿qué le voy a decir? —susurro, con ojos exasperados, forzando la voz.

—No le he dicho nada de tu embarazo —repone, dándome algo de alivio—, solo que te desmayaste y que estás en el hospital.

Suelto un bufido, rodando los ojos. Debe estar colgado del techo, molesto conmigo porque en la mañana me fui sin desayunar. Le hago un ademán de que me pase el teléfono. Me lo cede; inhalo hondo, procedo a contestar.

—¿Aló? —hablo, temerosa por lo que vendrá.

—¡Torr! ¿Qué pasó? Te llamé pero no me contestabas, luego respondió Francesca diciendo que te llevaron al hospital. Dime ¿cómo estás?, ¿por qué te desmayaste? —Está muy angustiado, su tono de voz, el cómo me reclama, como si me hubiese pasado lo peor. ¡Dios! Me siento mal por ponerlo en éstas.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now