41. La felicidad es un privilegio

217 37 0
                                    

Capítulo final, si te gustó vota, comenta y comparte la novela, te agradeceré mucho el apoyo. No olvides seguirme para leer más historias así ♥


Ethan

Nadie te prepara para tu primera vez dando clases, podrás repasar bastante para impartirlas, saber de pies a cabeza el tema del día, pero a la hora de la verdad es intimidante tratar con muchas personas, lograr que lo que vas a enseñarles lo aprendan. Estuve ansioso, no supe cómo presentarme ante los alumnos, por fortuna fueron dóciles porque era el profesor nuevo. Opté por una actitud seria, consejo de mi madre, mostrarles que soy inflexible, imparcial, dar la impresión de ser estricto, pero también ser con quien pueden contar para resolver sus dudas, sin temor a decirme lo que piensan.

Explicar el tema fue de lo más irrelevante, sabía de memoria lo que diría, lo que encomendaría de práctica y lo que revisaría. En sí, me sentí como estudiando en la universidad: me sirvió bastante la paciencia al estudiar minuciosamente códigos, estatus, artículos y un sinfín de libros tanto en leyes como en letras.

Acabada la jornada lo tomé como un triunfo. Sobreviví al primer día ileso, sin ese terror de que sería el hazmerreír de mis colegas o el de los estudiantes, como suele pasar con el profesor primerizo. Debido a ello, fui al apartamento de mis padres para comer al medio día, contarles cómo me fue. Luego iré por Torrance a la casa de Víctor; la llevé allí para que no esté sola en mi apartamento, con eso de que quedan pocos días para que el bebé nazca, no quiero que el alumbramiento le llegue sin que nadie pueda atenderla.

—¿Cómo te fue en tu primer día como profesor? —la pregunta de mi madre me toma por sorpresa. Recién entro al apartamento, depositando mi maletín sobre la mesa que queda al costado de la entrada principal.

La jovialidad que Margaret emana me brinda gran calidez, que me alegra al instante esa bienvenida que me da.

—Me fue bien, bastante creo —admito, sonriendo en gratitud porque venga a recibirme.

Sus brazos me rodean al instante, un apretón sutil, cargado de la suficiente energía para revitalizarme. El agotamiento mental y físico ya no son más.

—¡Me alegra muchísimo, hijo! —felicita, sosteniéndome por los brazos cuando nos separamos. Su sonrisa, la manera en que pasa su mano por mi mejilla, me resultan tan necesarios, como si los hubiese esperado toda la vida.

Siempre es así de afectuosa conmigo, no obstante, hace dos semanas dejé de trabajar en el taller de mi padre y desde entonces no los he visto por estar al tanto de Torrance, así que hoy siento su saludo como si me hubiese ido de viaje por mucho tiempo.

—¿Cómo está Torrance? ¿Se encuentra bien? —pregunta al darme la espalda; va a la cocina, de donde proviene un exquisito aroma.

—Si. Está en casa de sus padres —respondo, quitándome el saco de mi traje en el proceso, colocándolo en el perchero al pie de la mesa donde deposite mi maletín. Antes no había esos dos muebles en casa; desde que mamá vive con mi padre, el nuevo apartamento adquirió un toque más hogareño, teniendo detalles más que necesarios, como ese perchero o el rico aroma que proviene de la cocina.

Al ingresar al módico espacio me sorprende que mi padre esté de aquí para allá, revisando el montón de recipientes que hay en la estufa. Rio entre dientes, no por que esté de los nervios cerciorándose de que nada se queme, sino por el mandil que trae puesto, de color rojo con bordado de flores.

—No pensé que cocinaras, papá —burlo, conteniendo las ganas de carcajearme pues justo Néstor agarra con la mano descubierta un sartén, soltándolo a la brevedad. Sisea de dolor, sacudiéndola con arrebato, yendo pronto a la lavaplatos para ponerla bajo el chorro de agua.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now